Ya lo dejó escrito don Miguel de Cervantes, aquel inmenso sabio, tan modestamente celebrado en el IV centenario de su muerte. España entera debería haberse rendido a sus pies, pero somos corruptos hasta para reconocer el saber. Porque lo dijo todo: “La hermosura que se acompaña con honestidad es hermosura, y la que no, no es más que buen parecer”.
Hace unos días leí en El País la columna escrita por Luis Garicano bajo el título “¿Cómo cambiamos una cultura de la corrupción?”. En ella, el lúcido economista reflexionaba sobre “la cultura” de la corrupción imperante en España durante los últimos decenios y, utilizando un concepto económico, señalaba que para alterar esta cultura todo el país debería cambiar, a la vez, de “equilibrio”, es decir, de hábitos, de usos o, si se quiere, de las normas de general comportamiento.
Para ello, el brillante economista incidía en la importancia de perseguir la corrupción, pero, sobre todo, de concienciar, de educar, de asustar y ejemplificar, para convertir en anormal lo que hasta ahora se ha considerado normal (corromperse) y “hacer de la honesta excepción (no corromperse), la regla”. Garicano señalaba como su referente teórico al prestigioso economista Raymond Fisman, experto en estas lides.
Para implantar en España esa cultura de la “no corrupción” destacaba el artículo el papel “crucial de la prensa libre e independiente” y el de la propia ciudadanía, que debería dejar de ver a los que denuncian como “chivatos”, pasando a verlos como auténticos héroes y otorgarles la dignidad y el reconocimiento social que merecen.
Garicano señalaba el camino que deben seguir los Poderes Públicos para luchar efectivamente contra la corrupción y para, en definitiva, cambiar el actual equilibrio, modificando la percepción permisiva que tenemos sobre la corrupción. Se trata, en suma, de alterar la cultura de la sociedad generando rechazo social hacia determinados comportamientos que han de ser considerados, por todos, como inaceptables. El autor apostaba por la creación de una agencia anticorrupción independiente y por la protección legal y el reconocimiento social de los denunciantes.
Comparto cada una de las reflexiones y medidas contenidas en la columna de Luis Garicano, pero me pregunto ¿Será capaz de interiorizar este reto y llevarlo a la práctica un gobierno compuesto por personas sumidas en las más profundas sospechas de corrupción sistémica? Creo honestamente que no, pues no podemos poner en manos de los que han permitido y, quizá, instado la corrupción política, la difícil tarea de cambiar la actual cultura, el indeseable “equilibrio” vigente en España.
No podemos poner en manos de los que han permitido la corrupción, la difícil tarea de cambiar la actual cultura vigente en España
Entre tanto, el rey Felipe VI ha dado cumplimiento a sus obligaciones como monarca constitucional disolviendo las Cortes, al no haber obtenido ningún candidato la confianza del Congreso de los Diputados para presidir un gobierno. La XI Legislatura llega a su fin significándose como la más corta de la historia de la democracia española y dando paso a la convocatoria de unas nuevas elecciones para el próximo día 26 de junio. Las cuatro fuerzas parlamentarias principales, Partido Popular, Partido Socialista, Podemos y Ciudadanos se enfrentarán de nuevo al escrutinio de los votantes. Y los pactos se revelan del todo esenciales.
Rajoy, como presidente del gobierno en funciones, ha estimado que España tendrá un nuevo gobierno a finales de Julio. Pero la cosa no es tan sencilla, pues no sé si podrán conformar una mayoría que sustente al futuro gobierno los mismos líderes que no han sido capaces de conseguirlo ya, fundamentalmente Rajoy, con su inmovilismo, e Iglesias, con sus vetos y sus bravuconadas. Y, sobre todo, no sé si es aceptable desde el punto de vista ético pactar un futuro gobierno con el PP de Rajoy que, si bien es el partido con más votos en España (unos siete millones), representa al tiempo la cultura absoluta de la corrupción y de la trampa, del mal gobierno.
A mi modo de ver y lamentablemente, el Sr. Rajoy está claramente inhabilitado para formar parte de ningún gobierno de futuro pues, como cabeza de lista y presidente del PP, representa en primera persona la insoportable corrupción que se ha instalado a fondo y bajo su mandato en la vida diaria de la derecha española.
Don Mariano es hoy, en términos de la calle, el exponente más acabado del político sin crédito. Y no hablo de responsabilidades judiciales, sino de su indiscutible y notoria responsabilidad social y política. Don Mariano es rehén de asuntos tales como la “Operación Púnica”, que se ha saldado con 51 detenciones; lo es, a su vez, del caso de las “Tarjetas de Caja Madrid”, que afecta de lleno a importantes figuras del PP, como Rodrigo Rato, y está sin duda salpicado por el bochornoso caso Gürtel, donde han sido imputadas 187 personas, incluidos diputados, consejeros, concejales y alcaldes del Partido Popular.
Pero el mayor escándalo que le toca de lleno es el de “Los papeles de Bárcenas”, en los que aparecen sus propias iniciales. Nos consta que el propio presidente, después de saberse de la existencia de las cuentas millonarias en Suiza de su tesorero, preso preventivo en Soto, se dirigió a él mediante mensajes de móvil diciéndole “Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos”, para despedirse afirmando: “Luis. Lo entiendo. Sé fuerte”.
Creo que en España, al margen de lo que digan los tribunales, nadie duda de que todos y cada uno de los miembros de la cúpula del Partido Popular, empezando por Rajoy, cobraban sobresueldos de dinero negro, en sobres, como algo normal, como cosa natural, según su interiorizada cultura de la corrupción. Las cantidades supuestamente percibidas por los dirigentes populares –incluido el presunto presidente- provenían de los empresarios, igualmente corruptos, a los que se premiaba desde las instituciones gobernadas por ellos con la concesión de sustanciosos contratos públicos, siempre al margen de los más elementales criterios de legalidad y honradez.
Así las cosas, espero que en la política española de pactos los líderes de las principales fuerzas políticas hagan suyas las palabras de George Washington y, en consecuencia, tengan “siempre suficiente firmeza y virtud para conservar lo que considero que es el más envidiable de todos los títulos: el carácter del hombre honrado”.
Y, a todas luces, el PP de Rajoy, el de la condesa Aguirre “de la mamandurria”, el de Rita, Rato, Granados, López Viejo, Bárcenas, Rus o el del embajador comisionista Arístegui, es un PP marcado profundamente por la corrupción y el latrocinio que no ha sido capaz de renovarse, siquiera, cosméticamente. El PP es hoy un tóxico político que debe abordar una renovación profunda para dejar de serlo. España lo necesita, yo se lo deseo y sin duda sus votantes lo merecen.
Cierro mi columna de hoy con la fábula infantil del “Lobo y la grulla”, del célebre y prolijo Esopo, para que el presidente Rajoy se la cuente a su niña, si tiene a bien, antes de dormir. Este breve cuento nos enseña a no pactar con malvados ni corruptos.
Un lobo se atragantó con el hueso que comía y corrió pidiendo auxilio. En su loco devenir se topó con la grulla, a quien pidió ayuda bajo promesa de recompensa. Ésta aceptó e introdujo su cabeza en la boca del lobo para sacar de la garganta el hueso atravesado. Una vez hecho, pidió entonces la grulla el pago por sus servicios, pero el lobo se negó y le dijo: “¿No crees que es suficiente paga el que hayas sacado tu cabeza sana y salva?”.
Ignacio Perelló