No recuerdo ahora si eran los antiguos hititas, o quizás los caldeos, los que tenían la costumbre de tomar dos veces las decisiones públicas. Una, primero en estado de embriaguez, y luego otra, al día siguiente, no sólo sobrios sino también sufriendo las molestias propias de la resaca. Si ambas decisiones coincidían, suponían los prudentes hititas, o quién sabe si los caldeos, que en efecto eran las correctas y atinadas para resolver el asunto que les preocupaba.
A la vista del actual proceso electoral tiene uno la impresión de que mucho mejor nos hubiera ido si, en las pasadas elecciones, los españoles hubieran votado no tanto guiados por el justificado hartazgo de unos partidos y dirigentes políticos que no se merecen, como en un estado de embriaguez, parecido al que recurrían los hititas o los caldeos, de tal manera que en la próxima convocatoria electoral se refrendase de una vez por todas el desatino en el que entre todos nos hemos embarcado.
Sin embargo, lo que uno empieza a sospechar es que, más que a una segunda convocatoria electoral, nos enfrentamos a una mera repetición de una jugada pactada de antemano entre casi todos los jugadores, con la intención evidente de desplumar al pobre incauto -el votante- que todavía cree de veras que la cosa va en serio. Se han reunido los tahures y barajan las cartas. Sin embargo, por mucho que parezca que en el mazo se entremezclan los naipes, a la hora de repartirlos, se repetirá una y otra vez la idéntica jugada.
Los lectores que tengan ya una cierta edad, recordarán tal vez que, en los primeros años de nuestra recién recobrada democracia, uno de los apodos que sufría el bueno de Adolfo Suárez por parte de sus adversarios políticos era el de Tahúr del Misisipí. A estas alturas, no sabe ya uno si ese apodo le venía bien o no a don Adolfo. Lo que sí parece evidente es que vendría como anillo al dedo a nuestros viejos y nuevos políticos actuales.
El tahúr es aquel que se dedica al juego violentando el azar de los naipes de tal manera que la jugada siempre le favorezca. Para que el tahúr gane, tiene que existir quien sufra la correlativa pérdida, pecuniaria, o de muy diversa índole, como nos recuerda la propia etimología arábiga de la palabra tahúr. En efecto, ésta hace referencia a las luchas casi milenarias que se perpetuaban en la zona del Cáucaso entre cristianos y musulmanes. Uno de los principales quebraderos de cabeza de estos últimos fue, al parecer, un reyezuelo armenio especialmente ducho en tender inesperadas y mortíferas celadas, al que denominaron Tarek Fur, dando lugar a nuestra palabra tahúr.
Ante la irresponsable situación actual, lo único que uno se atreve a pedir es que los responsables de todas las fuerzas políticas dejen de actuar con la perfidia de aquel mítico reyezuelo armenio -atacando siempre a traición a todos los adversarios- y se enfrenten con decisión, no a sus adversarios políticos, sino a los enormes problemas que padece la sociedad española.
Ignacio Vázquez Moliní