lunes, septiembre 23, 2024
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Treinta años

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El pasado viernes, la asociación Ágora Fuenlabrada Siglo XXI tuvo la gentileza de invitarme a conmemorar con ellos el Día de Europa y a reflexionar sobre la importancia de la comunidad europea en nuestras vidas. Un Día de Europa especial, además, porque este desnortado 2016 celebramos los 30 años de adhesión de nuestro país a la Comunidad Europea.

Sin lugar a dudas, Europa se ha convertido en una presencia constante en nuestro día a día. Cuando uno enciende la luz o la calefacción, las líneas eléctricas o las conducciones del gas se han sufragado con ayudas europeas. Cuando uno coge el coche, el tren o el avión, hay fondos europeos invertidos en las carreteras, en las vías férreas, en las estaciones y aeropuertos. Cuando uno acude al centro de salud, al hospital o a la universidad, ahí tiene una muestra de lo que significa Europa. Todo ello se ha construido en buena medida gracias a fondos comunitarios que han fluido hacia nuestro país como un río de solidaridad europea que nos ha ayudado a ser lo que somos.

Pero con ser importante, no es ahí donde radica la verdadera importancia de Europa. Esta se encuentra en lo que señalaba Felipe González en su discurso en el acto de ratificación del tratado de adhesión de España: “Es toda una nación la que recupera el pleno sentido de su historia al conjugar el legado del pasado y su evidencia de ser Europa con la realidad presente de estar en las instituciones europeas”.

Pasado y presente de España y del resto de naciones que desde su fundación se han dado la mano en un reencuentro con Europa que, sobre todo, ha aportado al conjunto un proyecto de futuro -“la participación en un destino común”- definido sobre la base de un voluntad de “avanzar con los que quieran avanzar y hasta donde se quiera avanzar”.

Lamentablemente, no es sobre el avance sobre lo que pivota la discusión actual sobre Europa.

Tres décadas después el repliegue nacional, junto a la falta de altura de los dirigentes políticos, causa estragos en la actual Europa. Una Europa en multicrisis, vapuleada por extremismos y populismos, pero también por el egoísmo de los gobiernos nacionales y por decisiones erróneas de sus propios líderes en cada una de las crisis a que han debido hacer frente, desde los desgarros sociales provocados por el enfoque ideológico adoptado para hacer frente a la crisis económica, hasta el cuestionamiento de principios fundamentales de la propia Unión para dar acomodo a Reino Unido o el insoportable trato dispensado a los refugiados, los cierres de fronteras, la construcción de vallas… Una Europa cerrada en sí misma y, lo que es peor, dividida y desnortada.

Movimientos populistas y xenófobos proliferan hoy por todo el continente ante la incapacidad para atajar el desempleo y frenar el crecimiento de las desigualdades, ante el aumento de las divergencias entre los estados miembros, ante la pérdida de credibilidad económica y social de Europa a los ojos de una ciudadanía que está dejando de proyectar en ella sus deseos y sueños.

Sí, Europa vive momentos difíciles. Pero la respuesta no se encuentra en desandar el camino en un mundo globalizado en que cada uno sería inmensamente más débil sin el amparo y la fuerza del conjunto. Al contrario, se trata de redoblar el compromiso con los principios fundacionales de Europa. Como dijo hace 30 años Felipe González, “la unidad europea no puede hacerse sólo hacia dentro, sino también hacia fuera. El ser histórico de Europa consiste, precisamente, en volcarse hacia el mundo. Todo intento de construir una Europa cerrada en sí misma estaría condenado al fracaso, además de no servir a los auténticos intereses europeos”.

«La unidad europea tiene que hacerse también hacia fuera. Todo intento de construir una Europa cerrada en sí misma estaría condenada al fracaso»

Puede que, como advirtió el sociólogo Alain Touraine, vivamos “en medio de la incertidumbre y el desconcierto”, pero no podemos permitirnos que tal deriva nos arroje a las aguas del populismo y el nacionalismo. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras se desbarata el mayor regalo colectivo que los europeos nos hemos dado en nuestra historia, el que ha alumbrado nuestros años de mayor progreso, paz, libertad y bienestar.

Se necesitan soluciones ambiciosas a largo plazo, un proyecto de futuro compartido con alma, con conciencia, con voluntad política, con dimensión social. Y se necesita compromiso, verdadero compromiso para caminar con decisión y hacerlo realidad.

José Blanco

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