Izquierda Unida se ha sumergido definitivamente. Su última Asamblea, lejos de representar un debate, ha teatralizado la atonía y la baja participación en la formación política.
De hecho, la participación de militantes en los debates de la Asamblea anterior fue más alta que la que se registró en las votaciones al quinto puesto de la candidatura de Podemos, que ocupó Don Alberto Garzón.
La unanimidad de la Asamblea solo refleja abandono de buena parte de la militancia ante la compulsiva búsqueda por parte de quienes se apropiaron del PCE de una nueva máscara electoral.
En la voladura del proyecto político tienen especial responsabilidad quienes nunca “han conocido los entresijos”; los máximos responsables que, a cambio de tranquilidad de poltrona, han dejado hacer a la cultura más sectaria de la que nunca tuvo conocimiento la organización política.
Máximos dirigentes, empezando por el Coordinador General, que no han dudado en traicionar la cultura institucional y democrática de IU, y su agenda social vinculada al mundo del trabajo, para abrazar el cínico título de Nueva Socialdemocracia.
Título que no es otra cosa que simple radicalismo que sustituye el conflicto de intereses sociales por un mero y, a veces antidemocrático, recurso al griterío, la violencia o la amenaza.
Con el mismo rigor y fondo político que cabe en un tuit, Izquierda Unida y el PCE abandonan el campo político de la izquierda, sin otro propósito que buscar una máscara electoral que les permita sobrevivir.
Lo malo es que, por primera vez, el PCE e IU no solo han sido incapaces de generar una política de alianzas propia sino que, además, abandonan su cultura de gobierno, que existía en mayor medida de lo que se cree. La política de alianzas la dirige Podemos, la hegemonía corresponde a Podemos y el gobierno, si llega, corresponderá a Podemos. La historia no conviene a la nueva política.
Que una formación política desaparezca, de hecho o jurídicamente, no es en si mismo grave. Si ha acabado su función, la ciudadanía y la afiliación tienden a transitar otros caminos.
IU ha ignorado al electorado que se resistió a renunciar a su función política. El electorado de IU no solo se mantenía sino que crecía, ante la renuncia a impulsar el cambio por parte de Pablo Iglesias.
Por otra, la afiliación no ha participado en el súbito cambio de agenda de IU, dispuesta a sustituir su vocación de izquierda por el simple cambiazo: un 60% de la afiliación no ha participado en las decisiones electorales de Izquierda Unida.
En ambos casos, la ausencia de criterio de la dirección de IU ha sido tan notable como el exceso de oportunismo de los nuevos socialdemócratas de IU.
Atemorizado, incapaz de impulsar reflexión política alguna, el liderazgo formal de IU, su máxima Coordinación, ha dado una patética imagen de renuncia a escuchar al electorado, de contradicciones y de pasividad digna de mejor causa.
Nunca sabremos si IU había concluido su función histórica. Primero, fue traicionada por sus dirigentes en las elecciones autonómicas y locales. Después, renunció a tener voz en el proceso de construcción de un cambio político. Finalmente, ha sido disuelta en una marea de oportunismo difícil de calificar y sin otro objetivo que cubrir los votos que perdía Podemos.
Pasará no mucho tiempo, y la voz de la izquierda, sin duda con todas sus mochilas y banderas rotas pero también con la idea necesaria de la igualdad, volverá a oírse en el panorama político.
Alguien reconstruirá un pensamiento que hoy ha amortizado un heterogéneo grupo de lideres incompetentes, profetas jubilados y ambiciosos sin poso político que han forjado esta izquierda liquidada.
Libertad Martínez