jueves, noviembre 28, 2024
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Responsabilidad

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Una de las cuestiones que revela lo larguísima y durísima que ha sido esta crisis puede observarse en el recurso de los medios a palabras cada vez más enfáticas para trasladar la gravedad de los momentos que atravesamos (y que, por desgracia, aún no hemos dejado atrás como para hablar de ellos como un mal recuerdo de un tiempo atroz). Esto ha sido especialmente recurrente al hablar del ámbito económico, laboral o social. Pero también del político.

Fíjense sin ir más lejos en la última encuesta del CIS y en el término “cataclismo” a que algún medio ha acudido para explicar el pronóstico del barómetro preelectoral en relación al Partido Socialista.

No seré yo desde luego quien afirme que la encuesta del CIS dibuja un escenario agradable para el Partido Socialista: sería una tomadura de pelo para el lector. Sin duda hay elementos preocupantes en la encuesta como para tomárselos muy en serio si el Partido Socialista quiere seguir siendo lo que siempre ha sido en nuestro país: el instrumento del que se ha valido la sociedad española para dar el mayor salto en progreso y bienestar de su historia, el motor del cambio.

No obstante, si me lo permiten, se produce un desenfoque general cuando se otorga el máximo valor al elemento que menos lo tiene: la estimación de resultado electoral. A fin de cuentas, a diferencia de cualquier guiso que realicemos en nuestras cocinas, lo verdaderamente importante en el del CIS no es el resultado sino los ingredientes. Y la materia prima que utiliza el CIS, al contrario que el plato que nos ofrece, sí es de primera calidad.

Para quien se tome la molestia, el CIS aporta muchos datos de interés. Como que el Partido Socialista es el que genera mayor simpatía entre la ciudadanía, el que una mayoría de ciudadanos desea que gane las elecciones y cuyo posicionamiento ideológico es un calco del de la sociedad española. Esto en buena medida explica que de las cuatro formaciones que mayor representación obtuvieron el 20-D sea el que menos rechazo genera (43,4%), seguido de Ciudadanos (48%), Podemos (54,4%) y PP (57%).

Igualmente, cataclismos aparte, constata el CIS que el Partido Socialista recibe más votos de los que cede a Podemos y adláteres. Y lo que podría ser un hándicap (el número de indecisos sube al 33,2% en su caso) es también una oportunidad: el Partido Socialista tiene más recorrido para movilizar y atraer a su electorado potencial a las urnas. Es decir, tiene amplio margen de mejora para vencer los pronósticos: por cercanía, por pulsión de cambio y por (des)movilización. Así lo apunta la evolución registrada en algunas encuestas más recientes que el trabajo de campo del CIS.

Sin embargo, poco de esto se dice porque, en el fondo, contraviene los intereses de quienes han hecho lo imposible para hacer fracasar la efímera legislatura pasada y provocar nuevas elecciones polarizando al máximo la campaña entre los dos extremos.

De un lado, Pablo Iglesias y Podemos, quienes tras abrazar el comunismo para después renegar de él; abrazar la transversalidad y la dicotomía gente/casta para después renegar de ella o abrazar a Tsipras para después renegar también de él, abrazan ahora la socialdemocracia: hasta Marx y Engels eran socialdemócratas a ojos de Pablo Iglesias. Si ambos levantaran la cabeza…

Me pregunto qué clase de socialdemocracia es esta en la que se cuestiona la libertad de prensa –“La existencia de medios de comunicación privados ataca la libertad de expresión”, Pablo Iglesias dixit– y en la que no se condena el encarcelamiento de opositores políticos si se es cercano al régimen de que se trate, como es el caso de Venezuela. Me pregunto, igualmente, qué clase de socialdemocracia es esta que vota con la derecha para evitar la investidura de un presidente socialdemócrata: Mariano Rajoy estaba políticamente muerto el 20-D y Pablo Iglesias ha actuado como su personal bálsamo de Fierabrás.

La medida exacta de Podemos, de su tacticismo y travestismo la da la publicación de su programa-catálogo: del comunismo, a la pretendida transversalidad y, ahora, a la pseudosocialdemocracia de consumo y móntelo usted mismo. Todo da igual con tal de vender. Pero una cosa es vender y otra, venderse: cuando se comercia con principios es porque, sencillamente, ni se tienen propios ni se respetan los de los demás.

De otro lado, Mariano Rajoy, aventando desde la pléyade de medios y comentaristas afines a la derecha el “cataclismo” para preparar el terreno y apelar a la responsabilidad del PSOE para una gran coalición o para que deje gobernar al Partido Popular. Nuevamente, la misma matraca previa al 20-D, cuando la única gran coalición que ha habido en este país ha sido la de Mariano Rajoy con Pablo Iglesias, la del Partido Popular con Podemos: unidos para evitar un gobierno del Partido Socialista.

Responsabilidad. Qué palabra en boca del Partido Popular y, muy singularmente, de Mariano Rajoy. Me pregunto cuándo han sido responsables su partido y él.

Me pregunto si por responsabilidad entienden haber convertido en su día la violencia terrorista en arma arrojadiza contra los gobiernos socialistas. Yo sí recuerdo a Mariano Rajoy acusando desde la tribuna del Congreso a José Luis Rodríguez Zapatero de traicionar a los muertos, la mayor infamia que he tenido yo nunca que escuchar en el Congreso. Y a Zapatero, quien impulsó en la oposición el pacto contra el terrorismo y quien desde el gobierno puso fin a la lacra de ETA.

Me pregunto si por responsabilidad entienden haber alentado una ola de catalanofobia por toda España, con sus llamamientos a boicotear los productos catalanes y sus mesas petitorias contra el Estatuto de Cataluña cuando estaban en la oposición, y con su desprecio e inmovilismo de vuelta en el Gobierno.

Me pregunto si por responsabilidad entienden haber dejado solo al Gobierno de España y al Partido Socialista en la votación crucial de mayo de 2010 cuando nos jugábamos que nuestro país acabara intervenido, cuando preferían que cayera España antes que arrimar el hombro para sacar el país adelante.

Me pregunto si por responsabilidad entienden haber dejado expuesto al jefe del Estado al negarse a asumir su rol como partido más votado el 20-D y enfrentar un proceso de diálogo para la investidura en vez de paralizar y someter a descrédito a nuestras instituciones democráticas.

Sí, Rajoy es responsable, muy responsable por su irresponsabilidad demostrada en los momentos más duros que ha vivido nuestro país en todo este tiempo.

Puede que tengamos que escuchar día sí y día también desde los altavoces mediáticos al servicio de sus respectivas causas que en esta campaña hay dos únicas alternativas. Sin embargo, como nos enseña nuestra propia historia y lo vivido desde el 20-D, la alternativa nunca ha estado, ni está ni estará en los extremos de PP y Podemos: no se puede construir un país sobre una mitad enfrentada a la otra. La alternativa es sumar esfuerzos en pro del bien común: lo que hizo el PSOE en tiempos de Felipe González, en tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero y lo que hará ahora si Mariano Rajoy y Pablo Iglesias no vuelven a coaligarse contra el cambio. Si algo ha quedado demostrado en estos meses es que la única alternativa de cambio y de gobierno está en manos de quien no busca enfrentar, sino sumar: el Partido Socialista. Eso sí es responsabilidad.

José Blanco

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