“Todo buen español debería mear siempre mirando a Inglaterra”. La frase no es mía sino del ilustre marino Blas de Lezo, que pasó su vida batallando contra la Gran Bretaña allá por el siglo XVIII para que España mantuviera el control del comercio marítimo mundial. Su odio a todo cuanto oliera a inglés es comprensible en aquel contexto y en un tipo que se quedó cojo, manco y tuerto batallando contra la Royal Navy, encarnación del diablo con cuernos y rabo para varias generaciones de navegantes españoles.
Eran otros tiempos, pero me consta que aún hay personas que tienen en cuenta las palabras del bravo almirante vasco cada vez que les toca hacer obras de reforma en el cuarto de baño. Son anécdotas, excepciones quizá azuzadas por el enquistamiento de la injusticia de Gibraltar, que no tapan la realidad de que en el último siglo varias generaciones de españoles y británicos se han conocido, han convivido y desarrollado una mutua fascinación por sus respectivos pueblos. Por eso el día que 46 millones de británicos estaban llamados a votar su permanencia en la UE muchos nos hemos puesto mirando a Inglaterra, y no para hacer lo que proponía Blas de Lezo sino para mostrar nuestra mejor cara y pedir a sus ciudadanos que sigan en Europa. Porque, al final, la decisión será fruto de los sentimientos de todo un pueblo y no de interesados cálculos económicos y políticos.
Por eso quería hablar de sentimientos. ¿Por qué nos gustan tanto esos hijos de la Gran Bretaña? Quizá por su sarcástico sentido del humor, tan parecido al nuestro. Ellos son de los pocos pueblos capaces de reírse de sí mismos. También son especialistas en identificar y denunciar sus propios defectos, primer paso imprescindible para mejorar como sociedad. Y eso han sabido plasmarlo en todas las artes.
A bote pronto, en la literatura, me viene a la cabeza todo lo que nos han enseñado el humanista Charles Dickens, el profeta George Orwell, la atormentada Virginia Woolf, los fantásticos H.G. Wells y J. R. Tolkien y los misteriosos John le Carré y Agatha Christie. Sin olvidar a Ian Fleming, cuyo personaje James Bond (el incombustible agente 007), reaparece cada pocos años en la gran pantalla para salvar al mundo.
Precisamente en el cine, Gran Bretaña nos ha matado de risa con ‘Full Monty’, ‘Trainspotting’, ‘La vida de Brian’ y ‘Cuatro bodas y un funeral’. También nos ha hecho llorar y pensar con los dramas sociales de Ken Loach, cuyas películas ‘La Cuadrilla’, ‘Lloviendo piedras’ o ‘Lady Bird, Lady Bird’, por citar algunos ejemplos, nos enseñaron la cara fea del escaparate consumista de nuestra época.
Tampoco la música habría sido igual sin la revolución de los Beatles, el rock demoníaco de los Rolling Stones, el sueño espacial de David Bowie, la innovación constante de Elton John y Mike Oldfield, la anarquía punk preconizada por The Clash, las voces rotas de Rod Stewart y Bonnie Tyler, el pesimismo de The Smiths y la autodestructiva decadencia de los Sex Pistols, siempre empeñados en salvar a su Reina.
El Reino Unido es la cuna del parlamentarismo moderno y la democracia más antigua del mundo
El Reino Unido es la cuna del parlamentarismo moderno y la democracia más antigua. Resistió en solitario a los nazis gracias a hombres como Winston Churchill, capaz de desear a su pueblo muy buenas noches por radio mientras la aviación alemana machacaba con bombas las ciudades inglesas. Y ¡ojo!, es el país que inventó el fútbol. El deporte rey ha sido ingrato con los ingleses y los ha maldecido con los continuos fracasos de su selección, pero hoy el balompié tampoco se entendería sin figuras como Rooney y Beckham, sin el estrafalario Gascoigne o sin el caballero Bobby Robson.
Londres es la ciudad soñada por los amantes de las compras y por miles de jóvenes que quieren aprender inglés o que viajan allí huyendo del paro al acabar los estudios. Por contra, millones de británicos se desparraman cada verano por la costa y las islas españolas y contribuyen a mantener a flote el sector turístico, principal industria nacional. La España democrática tiene, además, una deuda de gratitud con los miles de británicos que en 1936 desobedecieron la vergonzosa neutralidad decretada por su gobierno y acudieron a defender la República integrados en las Brigadas Internacionales.
Por todo eso y más queremos tanto a los ingleses y deseamos que sigan ayudándonos a mantener vivo el sueño de una Europa unida.
César Calvar