sábado, septiembre 21, 2024
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La soberbia que nos costó más de ciento cincuenta millones

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Los resultados no tienen muchas lecturas: la ciudadanía ha penalizado a quienes pudieron desbloquear la situación institucional y no lo hicieron. Hay que reconocer que no todo el mundo en Podemos apoyó estrategias sectarias y que hubo gente que planteó el gobierno de cambio en Marzo.

Eso de que ciudadanos y ciudadanas, incluidos los de izquierda, no valoran la estabilidad en momentos complejos y prefieren el conflicto político se ha mostrado una trampa ideológica que han pagado sus propios muñidores, en primer lugar, y el pueblo de izquierdas, en segundo.

Quien se ha ido del campo de la alternativa ha sido el electorado de izquierda. Ya se puede decir en el tuiter lo que se quiera, incluso volver al insulto sobre el electorado del PP o culpar a la ciudadanía, naturalmente envejecida, ignorante, corrupta y facha.

El electorado volatilizado es clase media y trabajadora, de edad media o joven, informada, probablemente con empleo y con valores firmes; al menos esos 900.000 votantes de IU que han desaparecido por la gatera y que han sido la clave de estas elecciones, junto con los 400.000 votantes de Ciudadanos que volvieron a casa.

Es tiempo de autocrítica y lo que estamos recibiendo es más de lo mismo. La nueva España y el país que heredaremos pues somos jóvenes de Errejón suena tanto a ideología rancia, rancia, como lo de no somos un partido sino un “movimiento” o el pitufeo triste de Iglesias.

La fuerza candidata a nueva socialdemocracia ha resbalado mientras la vieja le ganaba a las encuestas pero no aportaba una alternativa, a veces sobrevivir no basta.

Unos y otros deben entender que cuando las ideas no cuentan y la política camina hacia el espectáculo pasan estas cosas. No vale con el ruido, muchachos y muchachas de la secta.

Esto es más que evidente en el caso del “frescales” de Garzón, como en los momentos buenos le conocemos en la desaparecida IU. Garantizarse un escaño valía para hacer desaparecer un partido, para abandonar a 900.000 electores y electoras y para perder los dos diputados que IU había mantenido, a trancas y barrancas. Nadie creyó que eso tuviera que ver nada con viejos ideales históricos y si con pesebrismo del más grosero.

Seamos claritos. La soberbia de las vicepresidencias y las sobreactuaciones,  los discursos de cal y coces, la búsqueda de cobijos al sol, la renuncia a la estabilidad política, el juguetear con la constitución y sus reglas, el veto que rechazó la pluralidad son la explicación de lo que ha pasado.

Amigas y amigos, nadie hay exento de castigo. La Marea Gallega ha perdido el 16% de su electorado. Colau parece que gana, pero ha perdido 80.000 votos y Esquerra y Convergencia vuelven a ser mayoría. Compromís gana, pero no evita ni la pérdida de votos ni una recuperación del PP. El electorado de IU desaparece. Si se descuentan las mareas, el porcentaje de Podemos es ese 13% que en los tiempos normales obtenía Izquierda Unida.

A la agenda del griterío le ha faltado, también, una dimensión social: si, era la economía, la de verdad, la seria, la de ese discurso sobre el trabajo que siempre representaron IU y una parte de la socialdemocracia, la que se anegó en la representación gritona y televisiva, lo que la ciudadanía informada reclamaba.

La socialdemocracia y la izquierda deben refundarse sobre la idea de que el compromiso social de la economía, volatilizado por la austeridad, debe reconstruirse. Y puede hacerse porque la izquierda del conflicto y de la voladura de todo régimen que no convenga a sus líderes no genera confianza.

Estabilidad, economía, ideas e ideales. Ese era el cambio, y era en Marzo. Un error dramático que pagará la ciudadanía. Naturalmente no hay ningún responsable del asunto. Las dimisiones se le exigirán a la vieja socialdemocracia. A los que perdieron un millón de votos se les paseará por los platós para que nos expliquen que los estúpidos somos el pueblo. Al fin y al cabo, la soberbia ya nos costo más de ciento cincuenta millones en repetición de elecciones, naturalmente por nuestra culpa. 

Libertad Martínez

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