Al parecer, las formaciones políticas no parecen dispuestas a contribuir a la gobernabilidad. El asunto, se intuye, es cosa de la derecha y el resto anda en estrategias por si hay nuevo fracaso o por si la legislatura es corta. O sea, quien suministre gobernabilidad, que la pague. En una palabra, pluralidad si, compromiso no.
Y sin embargo, hay un montón de cosas por hacer y, lo que es más importante, un montón de cosas en las que debería aprovecharse la necesidad del PP de todo tipo de acuerdos para modular, modificar o matizar su política.
No será lo menos importante la necesidad de afrontar el estado de las cuentas públicas, sin sufrimientos sociales adicionales. El déficit sigue fuera de control, la Comisión Europea acecha y las recaudaciones se funden, en un irracional escenario fiscal. Una negociación sobre política fiscal que no descanse, como todo el mundo teme, en el aumento del IVA sería necesaria.
Como lo sería, de una vez por todas, afrontar el empleo de calidad y la mejora salarial no sólo como medida de equidad sino como el único instrumento de garantía de nuestro sistema de pensiones basado en el reparto. Una reedición del Pacto de Toledo es imprescindible.
También lo es aprovechar que el dinero no vale nada, los negativos tipos de interés, para sumarse, de una vez a un impulso europeo de la inversión, creadora de empleo y actividad.
El consumo, a golpe de endeudamiento de los hogares de nuevo, por cierto, está cumpliendo su obligación; la incertidumbre y la parálisis de las licitaciones está impidiendo que la inversión pública y la privada contribuyan a crear valor en nuestra economía.
El empleo, la economía, las bases del estado del bienestar, en las que junto a pensiones debemos sumar sanidad y educación, son la agenda: el derecho de las mujeres, lastrado por la insostenible violencia machista y la creciente desigualdad salarial, se suma a la dependencia como lagunas escandalosas en nuestro acervo democrático.
Sindicatos y patronal andan administrando como pueden los fiascos dejados por reformas laborales jurídicamente tocadas, socialmente impugnadas y laboralmente ineficaces, incapaces de acabar, al contrario, con la dualidad de un mercado de trabajo que provee de todo menos de calidad en el empleo y la renta.
La vida local y autonómica permanece atrapada en simbología y tonterías, cuando no en verdaderas patadas democráticas. Pero es cierto que las finanzas territoriales vienen exigiendo reformas desde hace tiempo.
Seguro, no me cabe duda, que hay notables agendas ideológicas, territoriales o corporativas que cruzan España y sus sectores sociales. Pero esas agendas no son las que tocan. Es probable que produzcan rendimientos, que mientras se habla de lo de uno se justifique no hablar de lo común. Es probable que mientras se sueñan legítimas guerras de posiciones o legítimos congresos partidarios, la gente recuerde cada día lo mucho y urgente que hay por hacer.
Y sin embargo, hemos pasado de las líneas rojas al silencio; de los vetos al me quedo en la oposición. De la voluntad de influencia al que se mojen otros.
Ustedes no han escuchado propuestas de acción política, contenidos, desde las elecciones hasta hoy. Es lo que hay, mucha estrategia y escaso compromiso con ciudadanos y ciudadanas.
A pesar de lo que se decía y se imaginaba, la ausencia de gobierno, como expresión del descontento político, ha jugado un papel esencial en los resultados electorales. Resulta sorprendente que nadie haya leído el asunto, y que el ciclo electoral de las gallegas, las vascas o las terceras sigan pesando en las reflexiones políticas.
Con lo que hay que hacer, valdría ahorrarse tonterías, ingenierías políticas, y ponerse a conformar un gobierno, a influir en la agenda del PP, a cambiar su política en una dirección social. Pero al parecer, no va de eso sino de guerras de posiciones y cosas de esas.
Libertad Martínez