La noche electoral, con todas sus tensiones, sustos, alivios, incertidumbres y finalmente la frialdad de los datos consolidados ya avanzado el recuento, no son el mejor momento para hilar discursos. Por eso casi todos los candidatos llevan escritos sus discursos, y luego usan el que más se adapta a sus resultados, a veces muy alejados de sus expectativas. ¿Dónde irán esos discursos de la victoria nunca pronunciados por quienes perdieron? ¿O aquellos de la derrota de quienes triunfaron? No sabemos, pero sí conocemos lo que el pasado 26-J dijeron unos y otros e intuimos también lo que callaron.
Lo importante es que los discursos de todos los candidatos menos el de Mariano Rajoy, constituyeron un reconocimiento –más o menos explícito- de la derrota, y todos hablaron como parte de una oposición precipitada por su propio inconsciente. Mariano Rajoy fue el único que habló como Presidente, y ello le representó como tal ante unas audiencias divididas entre el alivio por el retroceso de la extrema izquierda, la alegría por el avance de la candidatura Popular, y la decepción por el fracaso de las restantes opciones.
Ni Pedro Sánchez, ni Albert Rivera ni Pablo Iglesias hablaron como presidentes. Sánchez se perdió en reproches hacia Iglesias, Rivera en echar la culpa al empedrado de la Ley Electoral e Iglesias erró dramáticamente al decir que habían «hecho historia durante dos años». No cabe imaginar peor sentencia ni discurso más fallido.
Sin embargo, las palabras de Mariano Rajoy fueron las de un Presidente dispuesto ya desde el primer minuto a ser un instrumento de servicio útil a los españoles, eso sí, tras reclamar respeto para su partido –e implícitamente para sí mismo- y agradecer el apoyo a sus votantes y sus afiliados. Rajoy se presentó como alguien dispuesto a ser el presidente de todos: “Ahora de lo que se trata es de ser útil al cien por cien del pueblo español, a los que nos han votado y a los que no. A disposición de todos”.
Si es verdad que la palabra engendra la realidad, aquella noche del 26-J los candidatos Sánchez, Rivera e Iglesias proclamaron presidente a Mariano Rajoy con sus meros discursos, al dejarle libre todo el campo de juego. Y él supo rematar la jugada hablando como el Presidente de todos.
David Pérez