La noche del 9 al 10 de Noviembre de mil novecientos treinta y ocho, las SA y las SS alemanas ayudadas por población civil y bajo la mirada indiferente del autoridades-cuyo jefe era Adolfo Hitler-, se organizó un ataque contra la población judía. Se quemaron sinagogas, se destruyeron tiendas y casas propiedad de judíos. Noventa y un ciudadanos de ese origen fueron asesinados por todo el país. Las calles quedaron llenas de cristales en lo que se conoció como “la noche de los cristales rotos”. Fue el inicio de la persecución de la población semita y el primer escalón para alcanzar la llamada “solución final”, que acabo con la deportación y muerte de millones de judíos, hombres, mujeres y niños. Nadie protestó, ni la prensa ni los ciudadanos que no estaban de acuerdo con aquello, no fuese que terminasen en la cárcel.
Nochevieja del año dos mil catorce. Miles de otros nazis llegados de Oriente, abusaron, violaron y robaron a cientos de mujeres por toda Alemania, ante la mirada indiferente de las autoridades y la Policía, que fue incapaz de actuar, ni siquiera llamar refuerzos ante una situación que se les había ido de las manos. El gobierno y los medios de comunicación ocultaron los acontecimientos hasta que la propia policía, hastiada de ser manipulada filtró un informe en el cual se hablaba de que los causantes de tal desmán, habían sido solicitantes de asilo de origen árabe y norteafricano. Nadie protestó. Las feministas no protestaron. Los socialistas no protestaron. Los conservadores no protestaron. Todo quedo en una comparecencia de la Canciller Merkel, advirtiendo de que el que delinquiese seria deportado. Papel mojado, en suma.
Pero lo que ocurrió en Alemania esta nochevieja pasada no tiene nada que ver con la inmigración. Millones de sudamericanos abandonaron sus países en busca de trabajo y un futuro mejor, pero no causaron más problemas que los propios de un periodo de adaptación.
Esto es otra cosa.
Alguien, en algún lugar y en algún momento, decidió que la vieja Europa era un enemigo a extinguir y para ello se urdió una estrategia perfectamente diseñada, para acabar con el acervo cultural judeo-cristiano, base de nuestro sistema moral y ético.
Primero, se acallaron las voces críticas. Cualquiera que manifestase sus reservas ante tal avalancha de hombres musulmanes jóvenes, fue insultado, vejado y poco menos que linchado. Las cadenas de televisión y la prensa se volcaron en ofrecernos imágenes y artículos mostrándonos niños y mujeres caminando con desesperación. Pero cuando el plano se abría, uno se daba cuenta de que la gran mayoría eran hombres jóvenes, en edad militar.
En segundo lugar, se prohibió a la Fuerzas de seguridad dar cifras de los delitos cometidos por estas personas. Así mismo, se dictaron leyes para imposibilitar informar sobre la religión y el origen de los delincuentes con el pretexto de no aumentar la xenofobia y alarmar a la población. Pero, si las estadísticas pueden alarmar ¿No será que son preocupantes en verdad? Si el Capitán de un barco que se hunde, intenta no asustar al pasaje para no crear el pánico ¿cambiara esto el hecho de que el barco se ira a las profundidades del mar?
En tercer lugar, se consiguió la feminización de la población masculina, de tal manera que esta renuncio a la autodefensa, tanto de su familia como de sus bienes. El estado se erigió como el único defensor de la convivencia, aunque las fuerzas de policía estuviesen atadas de pies y manos para ejercer su función, bajo la amenaza de terribles sanciones e incluso penas de cárcel.
Se ha insertado un huevo de serpiente en el vientre de la madre Europa. Nosotros los estamos incubando con el calor que da el dinero de los impuestos que pagamos religiosamente. Cuando eclosione, saldrán miles de pequeñas serpientes que nos devoraran vivos si no ponemos remedio antes.
El primer escalón. Recuérdenlo.
José Romero