Probablemente, ha concluido el estado del bienestar pero mantenemos la cultura de lo intranscendente que le es propia. Quiero decir que mantenemos esa habilidad de hacer montañas de arena de cuestiones tan simples como registrar el nombre de un bebé.
Un juez, de esos que dan cita para iniciar el trámite de un matrimonio un mínimo de seis meses, ha encontrado tiempo para impedir que unos padres llamaran a su hijo Lobo.
Sea cuales sean las razones que asisten a los padres, no parece que un juez por muy pejiguero que sea pueda detener su voluntad. Tiempo tendrá el chaval, cuando crezca, para enmendar la plana a sus padres, si es su voluntad.
El asunto no pasaría de ser un follón típico de balneario europeo de verano para entretener a la parroquia en las duras tardes de agosto. Mientras, en la arena de la playa se discute el derecho a que el niño se llame Lobo o de cualquier otra forma, una leve nota se desliza en los teletipos y desaparece: diez mil niños y niñas refugiados pueden haber desaparecido.
Naciones Unidas ha puesto de manifiesto su preocupación por los niños refugiados, llegados sin familia a Europa, que están desapareciendo de las redes de servicios sociales. En 2015, 96 mil niños y niñas pidieron asilo en Europa. Siete mil nueve niños realizaron el viaje en los primeros cinco meses de 2016, sin ningún familiar ni conocido, desde algún punto en el norte de África hasta Italia, a través del Mediterráneo central según la propia Unicef.
Unicef ha dicho que desconoce la situación de muchos y muchas; alerta que una parte pueda haber caído en manos de bandas criminales. Las grietas de los servicios sociales se usan por estas bandas para derivar a los niños y niñas a la explotación de menores de todo tipo. Responsables de estos servicios estiman que hay 10,000 niños y niñas desaparecidos, un 10% de los que han llegado.
Estos niños y niñas no tienen nombre. Y si me apuran los que permanecen en los servicios sociales tampoco. La innumerable chavalería sin nombre alerta de derechos no respetados en mayor medida que la cabezonería de un juez o la persistencia de los padres de un bebé.
Mientras en muchos ámbitos se alerta sobre que jóvenes sin familia podrían ser tomados como blanco para reclutamiento por parte del Estado Islámico y otros grupos extremistas. Poco se dice de niños y niñas solitarios, que permanecen en riesgo de caer víctimas de la explotación laboral y sexual.
Responsables de los servicios sociales han alertado, tras conocerse estos datos, que el número de niños pequeños qua hacen la travesía a Europa desde Medio Oriente y Norte de África es creciente. A lo largo de Europa se extienden las denuncias sobre violaciones a niños – el 90 % de los refugiados menores de edad son varones-
Estos niñas y niñas no tienen padres combativos ni son defendidos por jueces puntillosos. Nadie conoce sus nombres, nadie preguntará por ellos ni se hablará en las playas de sus derechos.
Los padres de estos niños que viajan solos les dejan marchar porque en casa ya no pueden garantizar su seguridad o quizá, simplemente, han muerto. Sin embargo, su vida sigue corriendo peligro durante el camino hasta Europa. No existen vías legales y seguras para que estos niños puedan ponerse a salvo. Barcos, camiones, trenes… Los traficantes de personas aprovechan cualquier medio de transporte en cualquier situación para trasladar a los jóvenes, a los que cobran cantidades desorbitadas por ello, aprovechándose de sus sueños.
Espero que Lobo haya sido registrado cuando Ustedes lean estas líneas. Quizá, liberados de esta preocupación, los medios, las instituciones y todos y todas nosotros podamos preocuparnos por esos niños que viajaban a nuestro mundo y hemos dejado desaparecer.
Libertad Martínez