Tras el acuerdo alcanzado entre Rajoy y Rivera, toca mover ficha a Pedro Sánchez, que es quien tiene en su mano que se dé vía libre a un nuevo gobierno después de casi un año de paralización que en nada favorece a nadie.
Su empecinamiento en el no, nuevamente no, más no, e irreductiblemente no –que esperemos se convierta en abstención el 30 de agosto-, convierten a Sánchez en un político que abiertamente carece de sentido de solidaridad hacia su país y hacia los españoles, no tiene noción de lo que significa defender las cuestiones de Estado, y le importa poco su partido. Partido al que está llevando a una situación insostenible, cercana a la desaparición, después de contar Sánchez en su haber con el escasamente glorioso récord de haber encadenado los dos peores resultados de la historia del PSOE moderno, con el segundo resultado aún más precario que el anterior, lo que indica que los votantes no están nada conformes con las decisiones de quien se cree un líder y anda escaso de cultura de liderazgo.
Sánchez se ampara en la decisión del Comité Federal de no apoyar la investidura de Rajoy, y aunque se da por unánime esa decisión hay pruebas sonoras de que en el comité se escucharon algunas voces discrepantes, y no de miembros de poco peso en el partido. Además la excusa de la resolución del federal no se sostiene, porque como argumentaba a esta periodista un destacado miembro del PSOE – activo, no de los “históricos” a los que el equipo de Sánchez se refieren con cierto tono despectivo- una cosa es no apoyar la investidura de Mariano Rajoy y otra muy distinta permitir que gobierne. Y, seguía explicando ese destacado socialista, lo que corresponde hacer a Sánchez es, una vez que Rajoy haya conseguido presentarse a la investidura con 170 votos detrás – que probablemente son los que sumará con Ciudadanos y con una Ana Oramas dispuesta a dar el sí a cambio de mejoras para Canarias- sería ofrecer a Rajoy la docena de abstenciones que necesita para ser investido, explicando bien Sánchez en el debate de investidura que abomina del proyecto de Rajoy pero siente el deber de dar paso a un gobierno de una vez. Y, a continuación, se dedica a hacer una oposición firme, a ver si de esa manera consigue que su partido, el PSOE recupere el espacio que ha perdido durante su errático mandato.
Tras el acuerdo alcanzado entre Rajoy y Rivera, toca mover ficha a Pedro Sánchez, que es quien tiene en su mano que se dé vía libre a un nuevo gobierno
Recogida la sugerencia del dirigente socialista que distingue entre apoyar un gobierno y permitir un gobierno, a esta periodista que ha visto de todo en cuarenta años de trabajo siguiendo los avatares políticos, se le ocurre que Sánchez, si tuviera la grandeza que se supone a un líder, además de permitir que gobierne el que ha ganado las elecciones (con más escaños además que en la primera convocatoria), debería a anunciar que él mismo sería uno de los once o doce diputados socialistas que se apuntarían a la abstención, asumiendo el mal trago y el sacrificio que pide a los suyos. Aunque quizá no sea tan mal trago para algunos de los diputados: llevamos semanas escuchando razonamientos sobre la necesidad de abstenerse a diferentes diputados del PSOE, y hasta es posible que si Sánchez pidiera voluntarios para la abstención, se encontraría con que son bastantes más que los que necesita Rajoy.
En fin, se ha avanzado mucho estos últimos días: hay fecha para el debate de investidura, pacto de Rajoy y Rivera, acuerdos importantes para iniciar una legislatura en la que se van a tomar medidas serias contra la corrupción entre otras iniciativas, y falta ahora que Sánchez asuma de una vez que es Rajoy quien le ha vuelto a ganar en junio y tiene derecho a que se le deje gobernar. Y que asuma Sánchez también que un político se puede convertir en dirigente muy relevante desde la oposición. Si sabe hacerlo, claro. Que eso es ya otro cantar.
Pilar Cernuda