Será por deformación profesional, aunque apenas haya ejercido como registrador de la propiedad, pero el sábado dejó Mariano Rajoy una perla sobre cómo concibe la política democrática: como un solar en el que construir. O no, que diría él. La cuestión clave en todo esto estriba en quién otorga tales licencias y, aquí no hay duda, a quien corresponde tal honor es única y exclusivamente a sí mismo. De ahí que a su partido le adjudique el papel de constructor y a la oposición, el de obstrucción y derribo. Y después alguien se extraña de la burbuja inmobiliaria que ha padecido este país…
Ha sido este último fin de semana prolífico en noticias sobre la herencia de Mariano Rajoy. Hablemos, por tanto, de derribos.
Empezando por las pérdidas del rescate bancario, ese que primero no existió, que luego fue un préstamo a bajo interés y que, finalmente, Rajoy y el Gobierno no tuvieron más remedio que admitir como rescate en toda regla, en un patrón habitual de la relación de Rajoy con la verdad: ésta siempre se acaba imponiendo a su pesar y por mucho que mienta a los ciudadanos.
Sí, el rescate que no iba a costar ni un solo euro al contribuyente ya ha costado, según datos del Banco de España, 26.300 millones de euros. Entre ellos, más de 8.000 millones enterrados en la entidad nacida de la fusión de las dos cajas gallegas por la que tanto pujó su compañero de mitin este sábado, Alberto Núñez Feijóo, con una supuesta auditoría que avalaba la operación hasta el punto de pronosticar que la nueva entidad generaría un beneficio bruto de 2.671 millones entre 2010 y 2015. No solo no ha generado tales beneficios sino que los contribuyentes han tenido que asumir pérdidas por el triple de ese importe. Sin duda, todo un ejemplo de balance constructivo en lo económico…
Veinticuatro horas después, cientos de miles de personas se echaban a las calles de cinco ciudades de Cataluña a favor de la independencia. Otro incendio que ha crecido a lo largo de una legislatura estéril para la convivencia en Cataluña y entre Cataluña y España.
Por obra y gracia, sin duda y primordialmente, de quienes han desafiado el marco legal desde el movimiento independentista catalán, con Artur Mas a la cabeza y ahora con Carles Puigdemont, quien ha decidido jugar a dar una de cal –completar la desconexión, elecciones constituyentes– y otra de arena –no al referéndum unilateral de independencia–, como si no todo el proceso tuviera un poso profundamente antidemocrático; pero a lo que ha contribuido un presidente y un Gobierno que se han negado siquiera a entender lo que allí se estaba fraguando, aventando además de manera irresponsable las brasas del sentimiento de agravio al ni siquiera plantearse dialogar sobre las reclamaciones fiscales o de inversiones del Gobierno catalán cuando este estaba lejos de tal deriva secesionista, por no remontarnos a los tiempos de las firmas contra el Estatut o el boicot a los productos catalanes. Claro que Mariano Rajoy debe estar contento de sus logros en Cataluña, visto su fallido discurso de investidura. Sin duda, todo un ejemplo de balance constructivo también en lo territorial…
Son tan solo dos ejemplos, poderosos eso sí, del balance de gobierno del cual tan orgulloso se muestra el presidente en funciones, hasta el punto de no ofrecer otra propuesta para el futuro que perseverar en todo ello pese al bloqueo institucional al que ha conducido al haberse convertido él mismo en un candidato censurado por el Congreso e indigerible para el resto de fuerzas políticas.
El presidente que aterrizó en el cargo con una crisis económica pretende aferrarse a él tras haber desencadenado la mayor crisis territorial, política e institucional de la democracia. Pero sigue dando lecciones. Y los que obstruyen son los demás…
¿Solar en la oposición? Yermo en el gobierno.
José Blanco