La sensación suele ser siempre la misma: cuanto más grandes las palabras, más pequeños los resultados. No ha sido diferente tras la cumbre de líderes europeos de Bratislava.
Pocos días antes, el presidente de la Comisión Europea había definido la situación de esta Europa post Brexit como una “crisis existencial”. Y en Bratislava, no se ahorraron expresiones amenazantes: situación crítica, momento clave, movimiento tectónico, encrucijada, fractura… Sí, todas ellas ciertas y, sin embargo, ¿cuál ha sido el gran compromiso de nuestros líderes? Impulsemos la Europa de la seguridad y la defensa. Nada que objetar a la Europa de la seguridad y la defensa pero, francamente, no es una respuesta a la altura del desafío que encara esta Europa disminuida y asediada.
La Europa que nos proponen los líderes reunidos en Bratislava es una Europa en que el principal problema de sus ciudadanos, la perenne crisis económica y el paro y la desigualdad generada con ella, es el último de los problemas enunciados en la nueva hoja de ruta por ellos diseñada. Es más, ni tan siquiera forma parte del diagnóstico general y de los objetivos principales de la misma. Es una Europa en que la urgente necesidad de ampliar las inversiones se posterga a diciembre, como a diciembre se posterga la urgente necesidad de atender las necesidades de los jóvenes, mientras ni una sola palabra se dice de los millones de parados de mediana edad.
La Europa que nos proponen los líderes reunidos en Bratislava es una Europa en que las cuestiones administrativas pesan más que las humanitarias cuando se trata de aquellos que vienen a buscar entre nosotros el futuro que no tienen allá de donde proceden. Es una Europa en que ya no se habla de refugiados o de inmigrantes sin papeles, sino de “migrantes irregulares”, como si una persona pudiera ser irregular o ilegal. Es una Europa en que se pone el foco en el acuerdo vergonzante para que Turquía nos siga sacando las castañas del fuego, mientras se olvida el pacto para reasentar a los refugiados hacinados en Italia o Grecia o, peor aún, se elimina cualquier referencia a un sistema automático de recolocación de refugiados ante crisis futuras semejantes.
La Europa que nos proponen los líderes reunidos en Bratislava es una Europa pacata en materia de seguridad y defensa, que sin duda acierta a la hora de impulsar la Guardia Europea de Fronteras y Costas (aunque sea presionada por la vergüenza de la fosa mortal abierta en el Mediterráneo) pero que no se atreve a enunciar la necesidad de constituir un Ejército europeo capaz de responder a los desafíos que enfrentamos en este ámbito: demasiado antiamericanismo de boquilla para acabar dirigiendo la mirada a Estados Unidos cada vez que hay un problema.
De la Europa de la libertad y la democracia hemos pasado a la Europa de la seguridad y la defensa. Hubo un tiempo en que lo que nos aportaba seguridad, interior y exterior, era el esfuerzo por impulsar el progreso y el bienestar de nuestros ciudadanos y los derechos y libertades por el resto del mundo. Europa tenía una visión y una misión como cuna y faro de los derechos y libertades democráticos, como promotora de un modelo de economía social de mercado.
Ahora, sin embargo, lo que se nos propone es encerrarnos sobre nosotros mismos: de la casa común europea a la Europa fortaleza, de la inclusión a la exclusión. Queríamos irradiar derechos y hemos pasado a (intentar) defender privilegios. ¿Es ese un futuro prometedor para Europa? Si esto es reconectar el proyecto europeo con los anhelos de sus ciudadanos, los padres fundadores deben estar revolviéndose en sus tumbas.
¿Hay lugar para el optimismo? La historia nos enseña que sí, que no debemos desfallecer pese a la gravedad del momento que atravesamos, que Europa ha podido con todas sus crisis, que siempre ha encontrado su camino para seguir avanzando. Pero Europa es más, mucho más de lo que nos proponen y debemos ser capaces de hacer más por ella porque, además, nos va todo en ello.
Cuentan las crónicas que nuestros líderes debieron acortar su viaje en barco por el Danubio ante el riesgo de encallar por falta de agua. Todo un símbolo. Sí, hay riesgo de encallar en esta Europa, pero por la falta de caudal europeísta, no por el peso de sus dirigentes.
José Blanco