Nelson Mandela decía que «la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo». Pues bien, en Gran Hermano muchas ni la conocen, y desde luego nadie de ese espacio cambiaría ni una chabola de Campoamargo, la población ficticia que acoge 'Mar de plástico'. Por supuesto, es obvio decir que se podría poner la mano en el fuego por que ni uno de los habitantes de la casa de Guadalix sabe quién es ese tal Mandela.
Decía también Calvin Coolidge (saber algo ya del trigésimo presidente de los Estados Unidos es en este país de número uno de colegio de niños superdotados), que «la educación consiste en enseñar a los hombres, no lo que deben pensar, sino a pensar».
Viendo una el reality de Telecinco muchas veces se pregunta la de horas que habría que pasar para conseguir hacer pensar a muchos de los especímenes que pueblan ese mundo paralelo que nos acerca la pequeña pantalla a nuestros hogares. Como cantaba Antonio Machín, «toda una vida».
En esta edición lo mismo vemos cómo aflora un miembro viril por encima de un pantalón, demostrando o lo salido que está el personal o que cada vez se llevan los pantalones más abajo, que a gente insultándose como si no hubiera mañana.
Un enfrentamiento entre Bárbara y Montse, en el que terminaron implicados a gritos casi todos los habitantes de la casa, hizo que la primera terminara marcándose un 'speech' que, si hubiera tenido que silenciar el habitual pitido televisivo que se utiliza cuando se quiere no oír una palabrota, podría haber levantado dolor de cabeza a todo el mundo.
«Estoy hasta el coño. No soporto ni tu jepeto. Viciosa. Guarra. Estoy hasta el culo de ti. Eres lo más falsa que me he tirado a la cara. Y encima cerda». ¡Viva la educación! Y luego dicen que un programa como Gran Hermano no enseña. Por ejemplo, lo que nunca hay que hacer ni decir en público, lo que nunca hay que ver en televisión, lo que nunca hay que enseñar a tus hijos…
Lástima que su frase final, «si al final nos expulsan a todos, pues genial», no haya sido recogida por algún miembro de la productora del programa con tres dedos de frente. Habría que expulsarlos a todos, pero no sólo de esa casa, ni tan siquiera de Guadalix de la Sierra… del país. Y si es posible del continente, mejor que mejor.
Algunos, pese a todo, dirán que la chica es muy fina, por no llamar directamente 'puta' o 'putón' a quien ella considera una «viciosa, guarra y cerda». Meterse con los animales, o sacar la vena machista que llevan consigo el 90 por ciento de los hombres de este país, como hizo Álvaro, sí es merecedor de la expulsión. Lo de Bárbara no merece ni una reprobación. Realmente algo está cambiando en España.
La mosca