Realizando mi paseo matinal por la calle de Bravo Murillo, mientras observo las tiendas y negocios recién montados sobre otros que la crisis derrumbo, me encuentro con “el Piri”, un viejo conocido del barrio. “El Piri” es un personaje curioso. Debe andar por los cincuenta y tantos años, porta melena larga recogida en una coleta y viste un poco a lo hippy. Nos conocemos desde niños pues íbamos al mismo colegio. Mientras yo estudiaba el bachiller nocturno y trabajaba por las mañanas con mi viejo pintando casas, raspando gotelé a fuerza de espátula y dejando impolutamente blancos los antiguos radiadores; él estaba en el bar jugando a la máquina del millón. Mientras yo y mis otros compañeros de clase salíamos un sábado a la sesión de tarde de alguna discoteca, llevando menos dinero que un nudista, el vendía costo por las calles. Mientras los demás nos afanábamos en labrarnos un porvenir, tener novia y todo eso que se hacía antes-los tiempos cambian y ahora no es así el asunto-, él vivía de sus padres.
Pero no crean que “el Piri” no es un tipo concienciado políticamente. En una ocasión me dijo trasegando unas cañas que por supuesto pague yo: “yo no he nacido para ser explotado” ¡Y vaya que nadie le ha explotado!
Lleva toda la vida sin dar un palo al agua.
El encuentro es simpático, pues “el Piri” siempre ha sido un dechado de alegría.
-¿Cómo te va bro?-pregunta imitando el deje de los dominicanos que ahora viven por el barrio mientras me extiende la mano.
-Bien-respondo-. Ya sabes, currando como siempre.
-Siempre has sido un esclavo del sistema, Pepe. Mírame a mí: jamás he consentido que ningún capitalista me tenga diez horas trabajando por un sueldo miserable.
-¿Y de que vives?-inquiero puerilmente.
El tío me mira y piensa un poco la respuesta.
-Al principio pasaba un poco de hachís, más lo que me daban mis padres. Con eso tenía suficiente. Después murieron los viejos y con la depresión que me entró, me enganche al jaco,pero me cure y me concedieron una pensión de minusvalía. Fue el sistema el que me enganchó, pues que me mantenga. Ahora no hago nada, aunque estoy algo jodido porque la madre de mi hija, de la que me separé hace diez años me ha reclamado la pensión de alimentos y me la descuentan de la paga ¡Menuda hija de puta! ¡Me jode después de tantos años!
-Pero “Piri”, busca un trabajo-digo-. Algo con el que llenar el tiempo.
-¿Estás loco? ¡Jamás seré un esclavo!
Me despido y continuo con mi paseo tras intentar explicarle que para que el cobre una pensión, hay otros que tenemos que trabajar, pero resulta imposible hacérselo entender.
De vuelta a casa, mi primer impulso es pensar que soy un pringado por tanto trabajar, pero me doy cuenta de que en este nuestro querido país, se premia la pereza, la ratoneria; el ser más listo que los demás en lo malo y se crucifica al que trabaja, al que paga sus impuestos religiosamente y lucha por salir adelante.
¡Desde luego nadie ha logrado explotar al “Piri”! Él lo ha hecho con todos nosotros.
José Romero