Uno de los privilegios de la tan denostada actividad política es el de poder conocer personas extraordinarias como Francisco y Manuel, dos personas admirables, ambas centenarias, cada una hija de sus circunstancias y ambas depositarias de un patrimonio existencial de un valor incalculable.
La imagen que sustenta esta breve reflexión se tomó hace apenas dos semanas en Alcorcón. Cada uno de sus protagonistas (Manuel, 102 años y Francisco, 100 años) combatió en un bando de la Guerra Civil. Hoy de sus bocas sólo salen palabras serenas de concordia, de respeto, de amor y de solidaridad. Sus largas vidas han servido, siguen sirviendo, como testimonio de esperanza en la Humanidad. Escuchar a Francisco y a Manuel es recibir una reparadora descarga de sabiduría, experiencia y fraternidad, cuyo legado se presenta sin mediación alguna como un sólido asidero ante la clamorosa ausencia de valores y referencias morales en una sociedad anegada por la crispación planificada, el constante enfrentamiento dialéctico, la burda propaganda política, la atronadora demagogia imperante y el deshumanizado materialismo que nos domina.
Frente a tanta palabrería falaz y tanto discurso interesado, la voz de Manuel y Francisco emerge con la fuerza de la autenticidad, y alza una bandera de esperanza en el hombre y su unión con el pasado, su presente y el futuro. Futuro en el que las nuevas generaciones necesitan esa base de experiencia y concordia para proyectar su visión del mundo sobre un esquema de vida verdadero, sin las falsificaciones y las imposturas de nuestra sociedad relativista.
Quiso el azar que esta imagen en la que aparezco flanqueado por Manuel y Francisco fuera tomada con la imagen de un gran hombre detrás, un hombre que fue capaz de unir a españoles de distintas ideas y credos en un proyecto de convivencia que hoy algunos también se empeñan en desdeñar. Así, flanqueado por dos siglos de serenidad y bajo la imagen de Adolfo Suárez, uno sólo puede sentirse un privilegiado, como lo somos todos los españoles por vivir en una democracia que deberíamos proteger mucho más y en un país maravilloso, España, que merece lo mejor de todos nosotros.
David Pérez