lunes, septiembre 16, 2024
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Un día que cambió la historia

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A un lado del campo de batalla se encuentra el ejército sarraceno que propaga la yihad por las tierras hispanas. Son unos veinte mil hombres. Su vanguardia está compuesta por peones voluntarios, de escaso valor combativo, pero que han acudido a luchar en la guerra santa contra el infiel. Tras ellos, se encuentran ocupando los flancos los arqueros a caballo, elite del ejército musulmán. En el centro, la magnífica caballería bereber. Tras ellos,  en el flanco izquierdo y derecho se encuentra la caballería ligera árabe y en el centro la infantería pesada almohade, almorávide y bereber con picas, apoyados de cerca por la caballería pesada andalusí y la almohade. Esta sección del ejercito la manda Abu’ Abdalah-Al Husany, Cadí de Marrakech, ósea un tío de Marruecos que quiere conquistar España. La retaguardia la forman la infantería pesada y la caballería almohade. Como escolta de su jefe supremo, Miramamolín –abstracción de Muhammad an Nasir, Príncipe de los creyentes-, está la Guardia Negra, compuesta por negrazos que han traído del sub-Sahara. Todos sabemos lo fuertes que están estos muchachos.

Como pueden ver, esto de la Yihad viene de lejos, pues nos encontramos en el año mil doscientos doce.

Por parte cristiana, se encuentran las tropas de Alfonso VIII de Castilla, que ha liado a Pedro II de Aragón y a Sancho VII de Navarra, el fuerte, un cachas de la época-con alguna reticencia, todo hay que decirlo, ya que Alfonso VIII le había nombrado caballero, teniendo que agacharse ante el-, en la empresa contra los moros. Además, tienen el visto bueno del Papa Inocencio III, que ha proclamado la empresa como cruzada y el perdón de los pecados para todos los que se alisten en tal empeño ¡Así voy yo también, no me jodas, que tengo mucho que perdonar! Al ejército se ha unido un numeroso grupo de extranjeros ultramontanos-gabachos casi todos-, y las órdenes militares-mitad monjes, mitad soldados-, que actúan con un fervor religioso fuera de lo común.

Por supuesto que los ultramontanos se largan antes de la batalla cuando nuestros reyes no les permiten el saqueo, que era a lo que venían los listos, quedando unos ciento cincuenta de ellos.

La vanguardia de nuestro ejército la ocupan en el centro los hombres del Rey de Castilla, en la izquierda, los aragoneses y en la derecha los navarros. El foco de la vanguardia castellana esta mandada por Don Diego Lope de Haro, Señor de Vizcaya-¡coño, un vasco!-, al mando de los voluntarios leoneses y portugueses. En el flanco derecho, los caballeros de Avila con sus correspondientes milicias urbanas y el izquierdo la vanguardia aragonesa al mando de Garcia Romeu. Detrás de estos están las tropas de Guillen Aguiló de Tarragona, Guillen IV de Cervera, Guillen I de Cardona, Bernat Roger de Pallares, Hugo IV de Ampurias, etc…Y detrás los obispos de Barcelona y Garcia Frontin de Tarazona. Lo digo porque al parecer, según la historia que se han inventado determinados sectores independistas de la actualidad, nunca hemos tenido un nexo común. Ya ven ustedes, la idea de España unida se iba abriendo paso en tiempo tan remoto como el siglo XIII. De este hecho, dan fe las palabras que Don Alfonso dedicó a las tropas antes de la batalla:

 – Hoy es un día que cambiará la historia. Nuestras vidas y las de los nuestros, han llegado al final de un camino, del camino de la esclavitud. Hoy es el día en que caeremos bajo la espada o en el que rescataremos aquella libertad, perdida hace quinientos años. Todos los que habéis llegado hasta aquí, habéis apostado por un futuro que hoy se decidirá. Y si al atardecer no nos encontramos en el paraíso, será porque continuamos el camino que juntos comenzamos en Toledo y que solo terminará cuando veamos el mar. Ya no volveremos a llamarnos nunca más aragoneses, ni navarros, ni portugueses, ni leoneses, ni castellanos, sino que nos llamaremos españoles. ¡Por la libertad! ¡Adelante España!

El hijo de Don Diego Lope de Haro, que se encuentra junto a su padre, le dice:

-¡Padre! Comportaos de tal forma que después del día de hoy no me llamen hijo de cobarde.

La batalla no comienza bien para los españoles-sí, todos nuestros reyes se autoproclamaban como reyes de Hispania-. Los moros nos aventajan en número y están dopados con el esteroide del fervor religioso. Nuestras líneas comienzan a derrumbarse ante el empuje de los musulmanes. La milicia de Madrid, con un oso negro sobre fondo blanco, en sus estandartes comienza a retirarse, ya que está muy mal armada-lo de siempre, vamos-, y el frente comienza a desmoronarse. Parece que todo está perdido. Pero entonces ocurre algo milagroso: Los tres reyes de España, desesperados, lanzan una carga casi suicida al frente de sus tropas, seguidos de todos los obispos-¡joder con el clero de la época!-, destrozando al ejército de la Yihad. Dice la leyenda que cuando llegaron a la tienda de Miramamolín, Sancho el fuerte bajó de su caballo y con un hacha cortó las cadenas que cerraban la posición-amen de cargarse unos cuantos tipos de la Guardia negra-, motivo por el cual el escudo de Navarra lleva unas cadenas desde entonces.

Fuese como fuese, Miramamolín huyó desesperado y no se inmoló por la fe-¡un listo de cojones!-. La victoria cristiana y española fue completa, aunque todavía se tardarían tres siglos más en completar la reconquista, sobre todo por las diferencias entre los distintos reinos cristianos, como es normal entre nosotros.

El espectáculo glorioso de los tres reyes de España cargando espada en mano, como uno solo, debe hacernos reflexionar. Cuando los españoles estamos unidos, nada ni nadie puede detenernos. Somos capaces de realizar cualquier empresa, por muy ardua que esta sea. Y no es patriotismo barato. Todos los que ahora somos descendientes de aquellos hombres, debemos mantener firme su idea: España.

La historia me da la razón.

José Romero

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