Mi columna de hoy va dirigida a todas las mujeres de este país, pero muy especialmente a las que sufren el acoso, la violencia o el maltrato físico y psíquico de algunos hombres, quizá demasiados aunque, sin duda, de una minoría.
Desde que leí la noticia de los presuntos violadores, esos cuatro o cinco chicos sevillanos, que supuestamente violaron en grupo a una chica de 18 años que había llegado, desde Madrid, a disfrutar de Los Sanfermines con un amigo, no puedo dejar de pensar en ello. Las informaciones, los detalles que van apareciendo en la prensa o en las televisiones, sobre las intenciones previas del grupo de amigos, sobre la planificación de sus actos y sobre cómo sucedieron los hechos, no es ya que me horroricen, sino que me sitúan directamente en la esfera del espanto más absoluto, casi al borde de la incomprensión. Si, además, tenemos en cuenta que uno de los presuntos violadores es Guardia Civil y otro militar, la indignación y el terror toman carta de naturaleza y nos invitan, permítanmelo, a una profunda reflexión colectiva en torno a lo que, como sociedad, estamos haciendo mal, muy mal.
Con este trauma, me he ido directamente a las publicaciones del Ministerio del Interior y compruebo estupefacto que más de mil mujeres son violadas cada año desde 2009, fecha desde la que tenemos datos, por imperativo y a instancias de la Unión Europea, lo que ya es muy lamentable. Desde entonces, es un hecho objetivo que en España se han producido más de 8.200 agresiones sexuales de hombres a mujeres, con penetración, es decir, tres al día, o lo que es lo mismo, una cada ocho horas.
Según Tina Alarcón, presidenta de la Federación de Asociaciones de Asistencia a Mujeres Violadas, “las cifras de los últimos días en Pamplona, como las cifras del Ministerio del Interior, son sólo una pequeña parte de la realidad porque «de cada seis violaciones, se denuncia una». Alarcón se basa en el trabajo de diez asociaciones que, como CAVAS en Madrid, componen la federación en distintos puntos de España.
Así las cosas, parece obvio que la grave situación exige que el tema de la violencia contra las mujeres, en todos sus ámbitos, se aborde definitivamente como una cuestión de Estado, con la seriedad y el rigor que el asunto requiere, pues España no puede permitirse el lujo de pasar a la historia de Europa como el país donde una mujer es violada cada 8 horas. Y nuestras fiestas populares no pueden, bajo ningún concepto, ser el escenario idóneo para la escenificación terrible de este espectáculo tan lamentable y vergonzoso.
En la obra “Tipos Que Huyen”, el psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin afirma que “las nuevas generaciones se darán cuenta de que las vidas de los ´grandes´ no son tan honorables ni plácidas y que las severas consignas de comportamiento del pasado los han convertido en seres resentidos, hipócritas, materialistas, despectivos, soberbios y mediocres. Sólo unos pocos han logrado salvarse de tanto daño, quizá los que en esas etapas pasadas fueron tildados de vagos, diferentes, extraños o raros».
Yo no sé si estos monstruos son los hijos desnortados y viles de un cambio de valores que no han sabido interiorizar, pero, sea como sea, la sociedad española no puede permanecer impasible ante este drama, sobre todo femenino, pero también masculino.
Yo, desde luego, me bajo de esta masculinidad. Y como yo, creo que millones de hombres de verdad. Hagamos algo pues, como hombres. Apoyemos a las mujeres en sus reivindicaciones, en sus protestas y en sus manifestaciones. Estemos con ellas. Digamos no.
Como bien sabe la psicóloga Jazmín Gulí “la humanidad en general, las mujeres y los niños en particular, han ganado con el cambio que aún está ocurriendo en los hombres y la masculinidad”. Estoy plenamente conforme. Es un cambio que todavía está ocurriendo.
Me interesa mucho el discurso de la psicoanalista Lilian Suaya cuando nos indica que «La nueva masculinidad está basada en el reconocimiento del sí mismo y del otro como ser humano, libre, sin estereotipos que lo encasillen y coarten su posibilidad de sentir y crecer en la expresión de sus afectos».
Lo que ahora toca es trasladar el mensaje a los hombres, porque «Aún entre los demonios hay unos peores que otros, y entre muchos malos hombres suele haber alguno bueno» (Miguel de Cervantes Saavedra)
Nada está perdido.
Ignacio Perelló