martes, noviembre 26, 2024
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Lujuria

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Hace tiempo que conocí a un tipo cuyo nombre no me es posible recordar, que era un figura entre figuras. Se trataba de un hombre guapo, alto, de compostura atlética. El tío-casado y con dos hijos como dicen en la prensa-, no paraba de tener aventuras extramatrimoniales. Estando un día tomando un café con él, le pregunté:

         -¿Por qué te acuestas con tantas mujeres

         -Porque lo necesito, Pepe. Es tan fácil-me contestó sonriente-. No sabría explicarte, es una pulsión interna. El placer de sentirme un macho constantemente.

Sin saber que pensar, volví al ataque:

          -Entonces ¿Por qué casarse? ¿Para qué engañar a tu mujer?

         -Una cosa no tiene que ver con la otra-respondió un poco más serio-. Yo estoy enamorado de mi mujer, es una gran persona y además me ha dado dos hijos preciosos. Pero lo otro es sexo. Tan solo sexo. Sentirte vivo. El día que no se me levante, me tiro por el viaducto.

         -¿No será que tienes miedo a la vejez y a la muerte y por eso necesitas sentir que la testosterona corra por tu sangre?

         -¿Y yo que sé, amigo Pepe?-respondió a mi pregunta- Será por eso o no. Lo único que resulta claro es que hace que me sienta bien. Así de sencillo y así de fácil. 

Cuando nos despedimos tras aquella charla, el cielo se nubló un poco amenazando tormenta, pues he obviado que se trataba de un húmedo día otoñal. Posteriormente volví a verle en contadas ocasiones. Hace un par de meses lo encontré tomando una copa por la noche en una discoteca. Continuaba igual, un tanto más viejo y ya divorciado pues su esposa le había colocado en una de sus aventuras galantes. Por supuesto que estaba más arruinado que un buzo que no sabe nadar; por tener que pagar las pensiones de sus retoños, pero continuaba con sus altercados amorosos como si nada.

          -Ya ves, Pepe, han pasado años pero sigo siendo el mismo. Cada noche una tía. No paro. La edad me hace más sexy.

Después de una breve charla y unos tragos, nos despedimos y no he vuelto a verle. Sin embargo, en ocasiones pienso en aquel tipo cuyo nombre no me es posible recordar y su enorme lujuria. Reflexiono sobre si es un producto de nuestros tiempos o a lo largo de la historia han existido hombres así. Releyendo la historia, me percato de que la concupiscencia siempre ha existido, en hombres y mujeres. Desde la ninfona Mesalina, hasta el gordo Enrique VIII,  pasando por Gengis Khan cuya descendencia alcanza al 0,5 de la población mundial ¡Eso es tener hijos, que barbaridad! 

No soy científico, ni psiquiatra, desconozco los estudios que intentan comprender estos comportamientos, pero de una cosa estoy seguro: todos necesitaban trascender más allá de la muerte gozando del sexo en vida y quizás la lujuria no sea otra cosa que eso: el sentirte siempre joven y poderoso para que alguien te recuerde cuando estés criando malvas.

José Romero

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