lunes, septiembre 23, 2024
- Publicidad -

Los fantasmas de antaño

No te pierdas...

Esa imagen de los fantasmas, como apariciones algo difusas, con una cierta querencia por el susto fácil de los mortales, que todavía hoy en día pervive en nuestras sociedades occidentales, al igual que otras muchas representaciones colectivas más o menos míticas, como la de los animales fantásticos, es de origen romano.

En el caso de los fantasmas ha pervivido desde los viejos tiempos de la Roma republicana hasta los nuestros una imagen casi inalterada, que se caracteriza por las formas antropomórficas difuminadas, que se representan ocultas bajo un sudario, o una simple sábana, así como por el arrastrar siniestro de pesadas cadenas. Muy al contrario, otras figuras imaginadas, como por ejemplo las sirenas, han evolucionado desde los tiempos de la Odisea y la Eneida hasta perder sus antiguas patas de aves, para adquirir las colas de pez que hoy asociamos con su imagen.

Los fantasmas romanos eran, en general, de buen carácter. Se aparecían en determinados lugares muy concretos, como las casas donde habían vivido en los tiempos mortales, con ánimo no tanto de asustar a los vivos como de llamar su atención para que realizasen determinados ritos funerarios que, por muy distintos motivos, no se habían celebrado en el momento de su muerte, impidiéndoles atravesar la laguna Estigia y adentrarse con ánimo sereno para siempre en el mundo de los muertos.

Sabido es que, como nosotros, los romanos otorgaban mucha importancia a los ritos funerarios. Si no se respetaban, el alma del difunto corría el riesgo de perderse en el camino hacia su última morada. Por eso era tan importante colocar una moneda en la boca del cadáver para que pudiera pagar los servicios del viejo Caronte, el buen barquero que con pulso firme habría de conducirle a los Campos Elíseos.

De ahí el miedo visceral de los romanos a la navegación que, en aquellos días, tan frecuentemente acababa en fatal naufragio. Los náufragos, inevitablemente, se perdían en las profundidades del mar sin que ningún ciudadano piadoso llevara a cabo los ritos necesarios para garantizar su eterno descanso. Es por eso que los marineros adquirieron la costumbre de llevar siempre un pendiente de oro para que, si la olas devolvían sus cuerpos ahogados a las arenas de alguna playa, quien los encontrara se cobrase con ellos el esfuerzo de celebrar algún rito funerario.

La reciente decisión de la Iglesia, prohibiendo que se esparzan en cualquier sitio las cenizas de los difuntos cristianos, parece enlazar una vez más con estas viejas tradiciones, en las que el reposo eterno requiere un lugar concreto y perfectamente delimitado, como son los cementerios, frente a lugares abiertos, y por tanto algo paganos, como son las aguas del mar y de los ríos o las montañas deshabitadas, de tal manera que se respeten y no se olviden los viejos ritos funerarios que son los que evitan que las ánimas de los difuntos regresen como los fantasmas de antaño al mundo de los vivos.

 

Ignacio Vázquez Moliní

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -