martes, septiembre 24, 2024
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Balance «diezmesino»

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Con la Investidura de Mariano Rajoy nuestro panorama político ha completado la totalidad de un giro y, como en el juego de la oca, hemos vuelto al punto de partida. Lo fácil es responsabilizar del bloqueo al Partido Socialista. Para acabar dejando gobernar al Partido Popular con Rajoy al frente en octubre, lo podía haber hecho ya en enero pasado.

Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Todos los partidos tienen una responsabilidad solidaria en el desarrollo de este culebrón político de diez meses que ha dejado al descubierto vulnerabilidades de la Constitución y del esquema electoral, sinrazones de los políticos y reacciones no siempre ejemplares de los electores que, aunque colectivamente siempre tienen razón, no están exentos de decisiones individualmente desacertadas. 

Muy claro ha quedado que Rajoy no ha conseguido formar un gobierno de coalición en estos diez meses. Mucho tiempo. No había voluntarios, ciertamente, pero ese es el arte, el de acercar posturas, del que no ha hecho gala el interesado hasta ahora. 

Es más, las manos tendidas por Rajoy el primer día de esta última Investidura, no tanto el día de la votación final, como si fueran las numerosas de Visnú, lo serán a costa del correspondiente forcejeo parlamentario con, encima, la espada de Damocles de elecciones adelantadas, de nuevo, a partir del próximo mes de mayo, si el Presidente del Gobierno no doblega suficientemente a los demás. No será culpa suya, evidentemente.

A cara de perros, pues, cuando lo que necesitamos son consensos que profundicen lo logrado con los anteriores en la Transición. La tensión gobierno-oposición es sana, pero no es más democrática que el consenso ni forzosamente más eficaz, incluso para objetivos progresistas cuando no es posible ganar votaciones con suficientes mayorías. 

Hay, además, cuestiones que para su estabilidad y perdurabilidad lo requieren. Para las reformas necesarias de la Constitución y para normativas que afectan a la educación, la sanidad, las pensiones, el paro, la fiscalidad y otras más que han de formar parte del Arca Sagrada de esta democracia moderna, pluralista ideológica y territorialmente. Hay que pactar y no imponer. 

En esta columna ya se recordó a principio de año que en Suiza gobiernan en coalición desde los años cincuenta del siglo pasado los cuatro principales partidos sin desdoro democrático. Les va muy bien. También se señaló que la negativa a pactar gobiernos o abstenciones es dañina para todos. Lo que es necesario, eso sí, es determinar el «justiprecio» de la transacción. Las manos no se manchan por conseguir un vaso medio lleno si no se puede rellenar del todo. 

Para llegar a donde hemos llegado tras diez meses no deberían de haber hecho falta las alforjas carnívoras y los vetos estériles que nos han ofertado los partidos. Todos. El PSOE, por su parte, no debe calcar actitudes con las de Podemos. Deben los socialistas seguir su camino socialdemócrata sin dejarse llevar por la demagogia populista y callejera de Pablo Iglesias que es el peor enemigo del PSOE, por fratricida, y el mejor aliado objetivo del PP. Costará, quizás, votos, pero peor es ser una veleta. 

Cuando se hace lo que hay que hacer, se acaba cosechando más que dejándose arrastrar por pujas que solo benefician a quienes, lejos de una capacidad gubernamental seria, ofrecen espejismos que son destructivamente costosos cuando llegan a aplicarse como vimos en el pasado en el mundo comunista, que incluso China ha abandonado económicamente, y, aún, en ciertas partes de Latinoamérica. 

Ahora asistiremos a los tira y afloja del gobierno con los partidos de la oposición en el Parlamento. El electorado lo observará de cara a las próximas elecciones. Por ello convendría que los pactos superen en eficacia las verborreas dirigidas a las galerías. 

Ciudadanos ha sido el partido más dialogante aparentemente. Sin embargo, su rechazo epidérmico a pactar con Podemos tendrá que suavizarse, del mismo modo que debe afirmarse claramente en su espacio de centro o centro-derecha para mantener una identidad diferenciada en la que la lucha contra la corrupción debiera seguir siendo un elemento fundamental vista la dejadez al respecto del PP. Rajoy tuvo, incluso, la desfachatez de bromear desde la tribuna de oradores del Congreso con sus SMS inaceptables a Bárcenas que estimará amortizados cuando en otras democracias ya le hubieran costado el puesto.

En esta materia de corrupción, los votos recibidos no constituyen un blanqueo ni un perdón para ningún partido. El electorado no ha priorizado tanto esta cuestión a la hora de votar. No es un acierto, porque la corrupción desvirtúa la democracia y la convivencia, por lo que el castigo de los culpables es necesario, la asunción de responsabilidades políticas, imprescindible, y el rechazo del elector, evidente. Mucho nos queda por aprender pues en esto la sociedad no puede ser permisiva. 

Carlos Miranda

Embajador de España

Carlos Miranda

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