Ando circulando por el Madrid congestionado de siempre con mi scooter, porque gozamos de un otoño con temperaturas suaves. Es que a mi edad, lo de ir en moto cuando hace frío ya se hace cuesta arriba. Pues resulta, que me detengo en un estanco del centro para comprar vicio inmundo en forma de cigarrillos, cuando observo una escena digna de una película de Tarantino. Un Policía Municipal que patrullaba en una motocicleta gigantesca, ha detenido un vehículo super descapotable que ha rebasado un semáforo en rojo, en cuyo interior viaja un tipo de cabello engominado y gafas de sol, acompañado de dos mujeres: una morena y una rubia que no se si son hijas del pueblo de Madrid. El super pijo-cuyos blanqueados dientes relucen a la luz del sol otoñal-, no parece estar muy de acuerdo con la multa que le va a caer, sobre todo por no quedar como un imbécil delante de las supermegaguays muchachas y está un poco chulo. El agente aguanta las tonterías con estoicismo espartano. El culmen llega cuando el individuo super guapo espeta al Policía:
-Da igual que me multe. Solo mi reloj vale más que lo que gana usted en un mes.
Y se ríe contrastando el blanco dental con su piel morena de rayos UVA.
Por mi mente pasa lo que seguramente piensa el agente: “si no fuera por el uniforme que llevo puesto ibas a aprender tu a comportarte”. Pero le extiende la notificación y se la da. El individuo se marcha del lugar y a unos quince metros arroja la denuncia al suelo con total desprecio al agente.
Tras contemplar la susodicha escena, continúo con mis quehaceres durante un rato y la casualidad hace que me lleven por la M-30 en dirección Burgos. De improviso, los vehículos se retienen y alcanzo un gran colapso. Los paneles luminosos avisan de un accidente. Como con mi scooter es posible avanzar entre los detenidos coches, llego hasta el origen del atasco, donde un Policía me detiene con su mano en alto. Allí observo el vehículo super descapotable de la escena anterior que ha dado unas vueltas de campana y se encuentra boca abajo. A un lado, en el asfalto, la joven rubia tendida sobre un charco de sangre. Cerca de ella, la morena, sin lesiones aparentes sentada en el suelo, llorando a lágrima viva. Unos metros más allá, el joven engominado de dientes blanquísimos, esta tirado boca arriba y dos agentes intentan reanimarlo efectuándole masaje cardiaco y expiraciones boca a boca. Cuando el policía que le insufla aire levanta la cabeza, me llevo una sorpresa ¡Es el mismo que una hora antes le estaba multando!
Por fin, aparece la ambulancia del SAMUR, engullida en el inmenso atasco durante minutos. Rápidamente se hacen cargo del accidentado introduciéndole en la ambulancia. Observo el rostro del policía. Es un hombre maduro, con el rostro curtido por el viento, el sol y la lluvia. Sonríe con satisfacción: ha salvado la vida al tipo que le humilló anteriormente sin pensarlo dos veces. Ha cumplido con su deber sin pensar que el otro es un gilipollas soberbio en todas las facetas de su personalidad.
¡Qué lecciones tan duras y a la vez tan bonitas da la vida!
José Romero