martes, septiembre 24, 2024
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El techo de Clinton y el muro de Trump

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Ayer fue un día espantoso para el electorado del Partido Demócrata. Ya lo dijo todo, sin abrir la boca, la candidata Hillary Clinton en la noche de la derrota con su feo gesto de incumplir el rito del perdedor: comparecer ante los suyos para asumir el resultado, felicitar al ganador y apelar a la unidad del país. Un mal trago por el que han pasado políticos de la talla de Mitt Romney, John McCain, John Kerry, Al Gore, el presidente George Bush (padre) y tantos otros y que tiene el valor simbólico de reconocer la legitimidad de la voluntad expresada por el pueblo estadounidense y confirmar la fortaleza de su democracia.

Ganar es fácil para cualquiera, pero es en la derrota cuando demostramos quiénes somos realmente. Y Clinton optó esa noche por dejar tirados en su desolación a quienes la apoyaron en la campaña y soñaban con celebrar el hito de ver por primera vez a una mujer en la Casa Blanca. Compareció al día siguiente para cumplir el guión y también para dejar este mensaje: “Sé que todavía no hemos roto ese techo de cristal, pero un día se acabará cayendo”.

Más nos vale que Hillary tenga razón y pronto sea normal ver una mujer al frente del país más poderoso del mundo, como ya ha ocurrido en Alemania, Irlanda, Finlandia, Croacia, Letonia, Lituania, Argentina, Chile, Brasil, Corea del Sur, Taiwan o Filipinas. Produce sonrojo, sin embargo, que Clinton culpe de su derrota al techo de cristal cuando ha tenido a sus pies todo el apoyo que un candidato podía soñar: los grandes bancos, lobbies y empresas de Wall Street, los medios de comunicación, las casas fabricantes de encuestas y la administración saliente de la Casa Blanca, con el presidente Barack Obama al frente.

Hoy todos se preguntan en qué se han equivocado, mientras desde sus despachos escrutan la frontera mexicana con Google Earth para ver si Donald Trump ha empezado a construir su famoso muro. La respuesta es que han pagado su menosprecio por la opinión de los votantes al concebir las elecciones como un mero trámite que había que aderezar con una campaña políticamente correcta y reducida a clichés como el inexistente duelo de género y la supuesta defensa de los derechos de las minorías. Todo ello envuelto en sondeos de opinión prefabricados para entronizar la tediosa continuidad que representaba Clinton.

Finalmente a Hillary le fallaron los negros, los latinos y las mujeres. Y respecto de ellas, es muy reveladora la respuesta que dio la actriz Susan Sarandon cuando le preguntaron si apoyaría a Clinton para ver a una mujer en la Casa Blanca: “No voto con la vagina”, contestó hastiada por la ligereza del debate político actual. La misma futilidad que cabe en un ‘tuit’ y que llevó a los analistas a dar por hecha la victoria de los demócratas sólo porque lo decían las encuestas y las redes sociales, sin molestarse en salir a la calle a comprobar qué estaba pasando realmente. Igual que sucedió con el Brexit y el referéndum de Colombia.

Trump ha sido más listo. Le ha ganado la partida a la previsible y correctísima Clinton con una campaña de marketing más hábil, basada en la fanfarronada y en la agitación de instintos primarios. Ha dicho tonterías a manta y formulado propuestas que sabe irrealizables, pero no es un loco ni mucho menos un antisistema. Es un telepredicador de éxito que ha sabido crear al personaje que necesitaba para conectar con la audiencia y enviar los mensajes que querían oír millones de trabajadores y parados empobrecidos por la globalización. Personas que pedían cambios y precisaban que alguien les dijera que el futuro puede ser mejor que el presente.

No se asusten porque Trump no va a levantar su muro ni a iniciar la tercera guerra mundial. Tampoco los españoles tendremos que pagar a Estados Unidos por tener a sus soldados en Rota y Morón. El moderado talante que exhibió en su discurso la noche de la victoria destapó al político que subyace bajo la fachada del gamberro populista que le ha servido para llegar al Despacho Oval. El gran capital lo bendijo a la mañana siguiente al abrir con ganancias la Bolsa. Después lo hizo Obama con su llamamiento a la unidad: “Ante todo somos estadounidenses”.

Habrá algunos cambios, pero en lo sustancial el sistema sigue en marcha. Y el que no quiera disfrutarlo tendrá que sufrirlo.

César Calvar

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