sábado, septiembre 21, 2024
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Más preparados, más pobres

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Uno de los efectos más dañinos de las reformas aplicadas a la economía española desde 2008 está siendo la destrucción de las clases medias y su progresiva sustitución por una nueva categoría de pobres, a quienes incluso con un empleo les resulta imposible vivir. Eso es particularmente sangrante en el caso de nuestros jóvenes, que estadística tras estadística tienen que resignarse a ver cómo se cumple la profecía de que están condenados a vivir peor que sus padres.

Los últimos datos del Consejo de la Juventud de España (CJE) corroboran esa tendencia y alertan sobre unas prácticas instaladas en la sociedad bajo el pretexto de ser soluciones temporales a la crisis pero que en realidad han venido para quedarse y ensombrecer el futuro. Ya deberían ser motivo de alarma las disparatadas tasas de temporalidad entre los menores de treinta años (92,5%) y la mala calidad de sus empleos, sus bajos salarios y el deterioro de sus condiciones de vida. Lo más grave, sin embargo, es que las cifras evidencian que esa situación va a peor. Por eso cada vez más personas se preguntan si en estos términos es lícito presumir de recuperación económica.

El estudio del Observatorio de Emancipación del CJE correspondiente al primer semestre de 2016 constata que uno de cada cuatro jóvenes de entre 16 y 29 años que trabaja lo hace para ser pobre. En el caso de los que sufren el desempleo, el porcentaje de pobreza se dispara hasta el 58%. Los datos agregados son igual de despiadados: cuatro de cada diez menores de treinta años viven en la pobreza, trabajen o no.

Una de las consecuencias de lo expuesto anteriormente es que en la primera mitad de 2016 sólo consiguieron emanciparse el 19,7% de los jóvenes, un 5% menos que en el mismo semestre de 2015. En otras palabras: cada año menos jóvenes pueden abandonar el domicilio familiar aunque encuentren trabajo. Una realidad indeseada por la mayoría, que ven cómo sus proyectos vitales son cada vez más irrealizables y se ven abocados a ser una sobrecarga para sus mayores, cuyos ingresos o pensiones también han sido maltratados por la crisis.

Esta situación, contra la que los sucesivos gobiernos se resisten a tomar medidas de verdadero calado, obedece sobre todo a la frágil situación laboral de este colectivo: sólo el 7,5% de los contratos realizados a las personas de entre 16 y 29 años son fijos y más de la mitad de ellos (en torno al 57%) se ven obligados a realizar labores para las que están sobrecualificados. Ahí radica otra de las grandes paradojas del mercado laboral español: nunca antes hubo tanta gente tan preparada,  pero tampoco tantos jóvenes incapaces de volar por sí mismos.

Hace unos años, cuando los gobiernos del PSOE y el PP anunciaron sus reformas laborales, los políticos de uno y otro partido, la patronal y los sindicatos pusieron el acento en la importancia de la formación. El mensaje que lanzaron entonces era que había que poner el énfasis en generar mano de obra muy cualificada, capaz de llevar a cabo una transformación del tejido productivo basada en el fomento del valor añadido y la innovación. “La economía española tiene que pasar del ladrillo a la neurona”, nos dijeron.

Lejos de lograr esos objetivos, las reformas laborales se llevaron por delante muchos derechos y consagraron una flexibilidad mal entendida que ha hundido la calidad del empleo y disparado la temporalidad. La patronal ha demostrado que le importaba poco transformar el tejido productivo y mucho abaratar el despido y atacar los mecanismos de protección de que disponía el empleado. Los jóvenes se han esforzado por aprender pero los empresarios no han cumplido su parte: en vez de emprender proyectos de alto valor añadido siguen empeñados en las viejas fórmulas para ganar dinero a corto plazo en los sectores tradicionales que aún funcionan. De ahí que los jóvenes españoles hayan pasado del ladrillo a la bandeja de camarero.

Hacen falta reformas profundas para atajar el paro, pero el esfuerzo no puede recaer siempre sobre los mismos. España necesita gente muy preparada, pero también empresarios igual de ambiciosos que impulsen proyectos verdaderamente innovadores, capaces de absorber todo el talento que ahora languidece sirviendo copas en los bares o vendiendo en tiendas y mercadillos. De lo contrario, a nuestros jóvenes sólo les quedará emigrar a otros países como vía para exprimir su potencial y dar salida a sus inquietudes laborales y vitales.

César Calvar

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