domingo, septiembre 29, 2024
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La imagen del búnker

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Tal vez algún lector recuerde esa sabrosa escena de 'El tambor de hojalata' en la que Günter Grass se recrea describiendo cómo esa compañía teatral de fortuna, formada por enanos de diverso origen, en la que el pequeño Óscar se ha alistado, improvisa una representación subidos todos al techo abombado de una casamata de hormigón de las muchas que los alemanes levantaron en las playas de Normandía.

Después de la guerra, Óscar regresará en busca de ese mismo búnker, convertido ya en algo mítico o al menos irreal, para, una vez silenciadas las bombas y las ráfagas de ametralladora, vivir nuevas aventuras, esta vez con novicias y severas madres superioras.

Uno cree que para los europeos el búnker por antonomasia, el que condensa de alguna manera la idea de resistencia extrema hasta sus últimas consecuencias, es el subterráneo de la Cancillería del Reich, donde Hitler vivió sus últimos días, sin que afortunadamente ninguno de los personajes que por allí pasaron, ni ningún otro nostálgico actual, pueda imitar a Óscar y regresar a sus profundidades.

En los primeros años de la transición española se hablaba del búnker para referirse a aquellos sectores más reaccionarios del régimen franquista que se oponían con todas sus fuerzas a cualquier cambio que pudiera favorecer la llegada a España de la democracia. Se trataba, qué duda cabe, de una imagen extraordinariamente acertada para ilustrar la aparente voluntad de resistencia hasta el último aliento de un sistema en realidad carcomido hasta la médula.

En la sierra madrileña todavía se aprecian los restos de muchos de ellos, levantados a toda prisa y que, sin embargo, permitieron defender Madrid durante tres largos años

Uno se imagina la casamata de hormigón de Óscar como cualquiera de las muchas levantadas por Rommel en las playas tunecinas que, al cabo de los años, allá por los años ochenta, servían estupendamente como improvisados chiringuitos playeros.

Sin embargo, la imagen del búnker que tenemos la mayoría de los españoles no es tanto la de esas esferas de hormigón, con aspilleras estrechas por las que asomaban los cañones de las ametralladoras, sino más bien la de esos blocaos algo artesanales, descritos por Díaz-Fernández, que desde los lejanos años de la guerra de África, pervivieron hasta los de la guerra civil. En la sierra madrileña todavía se aprecian los restos de muchos de ellos, levantados a toda prisa y que, sin embargo, permitieron defender Madrid durante tres largos años.

Otra imagen del búnker es la que nos ofrece ese refugio extraordinario, situado en el parque de El Capricho, desde el que el general Miaja dirigía las operaciones militares. Muy parecido es el que, según fuentes fidedignas, se oculta todavía bajo el edificio que en tiempos fuera embajada del Japón, y que permitía al general Rojo concentrarse en las operaciones del mando a la vez que se aseguraba, si las cosas iban todavía peor, escapar hasta el famoso túnel de la risa que ya en aquellos años cruzaba Madrid bajo el paseo de la Castellana hasta las afueras de la ciudad.

Ignacio Vázquez Moliní

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