miércoles, noviembre 27, 2024
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Las masturbaciones de Juan Luis Cebrián

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Como si fuera un cantante o actor famoso, que hacen lo mismo cuando quieren promocionar su nuevo disco o su próxima película, Juan Luis Cebrián ha emprendido un tour mediático para promocionar sus memorias periodísticas ('Primera página: vida de un periodista'). Eso sí, a diferencia de los primeros, él ha dejado claro que no estaba dispuesto a hacer lo que sus entrevistadores les pidieran. 

A lo mejor incluso sí se habría prestado a hacer lo que les piden a actores o cantantes, que canten, bailen, interpreten, se quiten la camiseta, o camisa o traje en su caso, o, si se tercia, que se tiren desde un quinto piso en llamas (en El Hormiguero no me hubiera extrañado que se lo solicitaran). Eso, a lo mejor hasta lo habría hecho el presidente ejecutivo del Grupo Prisa. Pero, como decía el siempre recordado Antonio Ozores, si se trata de hablar de los 'papeles de Panamá', «No, hija no». 

Llegados a ese punto aparece el Cebrián hostil, el de esa cara de mala leche que se termina agriando, el que parece taladrarte con esa mirada de Marlon Brando ejerciendo de 'Padrino'. El que es capaz de recordarle a Carlos Alsina que «ni siquiera yo he pedido esta entrevista, la ha pedido la editorial», y al que nada le importa que éste le recuerde que «las entrevistas no las piden las editoriales, sino que las ofrecen», y que «ninguna nos dice los que podemos o no preguntar». 

En ese momento, cuando ya le han tocado las narices las preguntas que él para sí ha catalogado como 'incómodas', es cuando sale esa fiera que lleva dentro Cebrián, el hombre al que le importa tres narices que su empresa, la que le paga, esté en quiebra porque él va a seguir cobrando religiosamente su millonario sueldo.

Ahí es donde le explotan las venas como a la Patiño y puede soltar eso de «yo no tengo por qué dar explicaciones, ni ir a confesar mis pecados ni a terapia psiquiátrica», y cuando le recuerda a su entrevistador, al más puro estilo Fernán Gómez o Paco Umbral, que «he venido a dar una entrevista sobre la publicación de mis memorias como periodista». Ahí es donde hasta le sale esa chulería castiza madrileña y le precisa que «puede preguntarme usted cuantas me he masturbado pero no voy a contestar tampoco sobre eso».

A Alsina le dio por indicarle que «eso estoy seguro que no es del interés público», cuando, si se hubiera metido por una vez en la piel de Jorge Javier Vázquez, le tendría que haber hecho la pregunta tal y como se la había sugerido. No es que a mí me interese mucho saber cuántas veces se ha masturbado el señor Cebrián, pero sin duda que le habría sacado todavía más de sus casillas y lo más seguro es que en vez de decirle la cifra exacta de prácticas onanistas que había llevado a cabo (lo máximo hubiera sido que le hubiera cuestionado por algo más preciso, como las que se había hecho el pasado fin de semana, o incluso, siendo más quisquillosos, durante la emisión de su charla con Évole) le hubiera soltado una fresca de las suyas. Lo de «vaya usted a la mierda» de Fernán Gómez habría sido un paseo de nada comparado con el sitio donde le podría haber mandado el jerifalte 'prisiano'.

Para él, «solo hay algo parecido al deterioro de la clase política y es el de los medios de comunicación». Vamos, que los periodistas, según el periodista Cebrián, son tan corruptos como los sujetos que se sientan en el Congreso o en el Senado. Y además de eso que, los de La Sexta en concreto, son unos mentirosos, porque, como si de Judas se tratara, negó tres veces en menos de veinticuatro horas (en Salvados y en el programa Más de uno de Onda Cero) que nadie de esa cadena le hubiera llamado para preguntarle sobre los 'papeles de Panamá'.

García Ferreras, de momento, ya le ha dado la vuelta a la tortilla y ha dicho que el único mentiroso es él, haciendo públicas las grabaciones en las que un compañero de programa llamaba para saber la opinión de Cebrián sobre esos papeles. En pocos días no me extrañaría que el presentador de Al rojo vivo sacara otros papeles, en los que se especifica el número exacto de las prácticas masturbatorias de el académico de la Lengua. Tiempo al tiempo.

 

La mosca

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