viernes, septiembre 20, 2024
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Si el bienestar se convierte en caridad, lecciones de Nadia

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Si el bienestar se convierte en caridad, lo que determine las necesidades no serán las servicios sociales o médicos sino el mercado, las empresas, el mecenazgo o la relevancia de este o aquel medio de comunicación.

En pocos días hemos visto dos consecuencias de la apelación a la caridad: el caso Nadia, que ha llegado a mover, al parecer fraudulentamente, un millón de euros. Y el más reciente caso Serpa, el ciudadano venezolano que simuló padecer un cáncer y logró recaudar 12.000 euros para supuestamente empezar un tratamiento en Houston.

Si se une la creciente consideración de la caridad a la desconsideración por la medicina propia, está servido el cultivo en el que crecerá la estafa, más o menos mediática.

Resultan sorprendentes la debilidad de algunas investigaciones periodísticas. Pero muy llamativo que medios que suelen criticar o reconocer el “turismo sanitario”, que hace venir a ciudadanos y ciudadanas de medio mundo a tratarse a España, sigan comprando con tanta facilidad la necesidad de que un ciudadano o ciudadana español viaje de aquí para allá en busca de médicos o hechiceros.

Lo que nos enseña el caso Nadia es que la propensión a la caridad individual y la desconfianza con lo público da paso, en el mejor de los casos, a derroches de nuestros sistemas públicos y, en el peor, a prácticas irregulares.

En el fondo, no deja de sobrevivir en nuestras conciencias aquella convicción antigua de que las personas ricas que viajan a Boston se salvan, dando por hecho que nada hizo la universalización de la salud por mejorar nuestra medicina.

Me encuentro entre quien sostiene que la sanidad española atraviesa por delicados momentos de sostenibilidad, insoportables ahorros en forma de listas de espera o aplazamientos de los tratamientos más caros.

Pero, al mismo tiempo, reconozco que todos los niveles profesionales de nuestra sanidad, los movimientos de defensa de la salud y las instituciones autonómicas han hecho imposible la desaparición de nuestro sistema de salud pública.

Quizá, la presión a la que se ha sometido a los ayuntamientos ha afectado en mayor medida a los servicios locales y los servicios de ayuda de proximidad. Tampoco aquí ha desaparecido la responsabilidad de los profesionales ni la sensibilidad de muchos responsables políticos, que siguen conmoviéndose por el dolor y gestionando estos servicios con un compromiso que requiere más reconocimiento.

Renunciar a estas capacidades por muy asediadas que estén y sustituirlas por la caridad, el mercado o la influencia mediática en los bolsillos de la gente es una barbaridad que no solo se paga en estafa sino en desprecio a la cultura de la protección y la salud pública.

Lo que nos enseña el caso Nadia es que la propensión a la caridad individual y la desconfianza con lo público da paso en el mejor de los casos a derroches de nuestros sistemas públicos y, en el peor, a mercados irregulares de favores, estafas y demás prácticas irregulares.

Son estos, días dados a la solidaridad. Es atávico sentirse caritativo o caritativa, extender la mesa y las copas a desconocidos que necesitan ayuda. Bien está ese descubrimiento de la caridad a toque de calendario; pero sugiero una solidaridad tan permanente como organizada: de todos tipos y colores, un montón de organizaciones trabajan, un día sí y otro también, para ayudar a los demás: ese es un campo menos manipulable que la emocionalidad alentada por medios o redes sociales.

 

Quiero desearles, amigos y amigas lectoras, el mejor año próximo posible. Un año de confianza en las herramientas públicas que nos hemos dado para vivir mejor. Nos ayudará a todos y todas y evitara casos Nadia o  Serpa

  

Libertad Martínez

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