Las universidades nacen para convertirse en instrumentos de transformación social, orientadoras del crecimiento económico y cultural de los colectivos a los que prestan servicios. Pero, ¿todas desprenden la profesionalidad y conocimiento, la indispensable iniciativa y, sobre todo, la indiscutible ilusión de aquellos que la integran para alcanzar tan complicado objetivo? En España ni una sola de ellas se encuentra entre las 150 primeras del mundo, según el ranking de Shangai.
De las instituciones que llenan las ciudades de juventud e infraestructuras no debería discutirse la capacidad y cualificación de sus docentes, investigadores y especialistas, ni su capacidad para conocer y analizar la realidad en multitud de materias y campos. Ni dudar sobre su implicación con la sociedad, con sus problemas y necesidades, aunque lo cierto es que las universidades de nuestro país se han conformado hoy con la mera presencia testimonial, reproduciéndose entre una buena parte de sus integrantes y responsables los vicios de apalancamiento que padece la Administración Pública, es decir, la ausencia de interés ante los desafíos que impone la globalización.
¿Cuál debe ser entonces el papel que deben jugar? Las universidades, a través de sus programas de docencia e investigación, deberían ser sensibles a los cambios derivados de cualquier disciplina, afrontando con espíritu constructivo los grandes asuntos, las revoluciones que más preocupan a los ciudadanos. Y por eso han de convertirse ya en foros efectivos de opinión independiente, valiente, decidida y vinculante, al margen de reinos de taifas que las ubican en el feliz anonimato y en el cómodo desencuentro. Se tiene que despertar el pensamiento crítico y creativo que ilusione a unos y otros a intervenir de manera decidida en los problemas que afectan a la comunidad.
El sistema universitario, como potencial generador de opinión pública, no tendrá éxito sin un apoyo decidido del Gobierno, de las entidades culturales, de las empresas, de los medios de comunicación y de todos los agentes sociales. Estamos inmersos en una compleja transformación mundial; una situación de continuo movimiento que precisa de análisis exhaustivos de la realidad con propuestas claras de intervención. Y es el ámbito universitario desde donde se pueden dar respuestas claras de compromiso con la sociedad para transformarla.
Es precisamente ahora cuando la universidad, la gran desaprovechada, está obligada a dar un golpe de efecto, un puñetazo en la mesa, a posicionarse sin reparos ni vergüenza e intervenir de manera independiente en papeles, informes y expedientes de aquellos argumentos que son portada. Los conflictos graves que precisan de investigación y de prospectiva a corto y medio plazo. No nos quedemos con el hedor del presunto plagiador o con el pensamiento resacoso de que la mayoría de nuestros investigadores jóvenes se marchan del país. Reclamemos como sociedad con toda la fuerza posible el papel imprescindible que las universidades, como gestoras del conocimiento, deben jugar en ese espacio descrito de cambio y transformación.
Fernando Arnaiz