miércoles, septiembre 25, 2024
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España sin españoles

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Es muy conocida aquella acertada frase del célebre ministro italiano que, al poco de la unificación nacional, afirmaba que una vez conseguida Italia, lo que a partir de entonces hacía falta era fabricar italianos. De esa manera, la maquinaria del nuevo Estado se puso rápidamente en marcha para crear los mitos ancestrales necesarios, explicando que los italianos habían existido desde mucho antes que la propia Roma. Se crearon las estructuras políticas que sirvieran a tan alta causa, para justificar que la nación era una y además eterna, y sobre todo, se impuso una lengua común, hasta entonces propia del Piamonte, como medio de expresión de los lazos indisolublemente compartidos, frente a las demás lenguas italianas, reducidas a la categoría de dialectos despreciables.

Uno no está muy seguro si en el caso español se vivió un proceso semejante. La diferencia con Italia es obvia, al existir España como entidad política desde muchos siglos antes. Sin embargo, el disponer de esa antiquísima estructura estatal no presupone, ni mucho menos, que también desde tan antiguo existieran los españoles, entendidos como sujetos que comparten unas características más o menos comunes.

Cierto es que, como muy bien describe Álvarez Junco, desde al menos el segundo tercio del siglo XIX, el mito de la existencia de los españoles se ve favorecido e impulsado por las autoridades políticas que transforman, de alguna manera, la guerra contra Napoleón en una auténtica guerra de la Independencia, originada más o menos espontáneamente por los propios españoles, incapaces de soportar la imposición de un régimen extranjero que atenta contra unos acrisolados rasgos nacionales compartidas.

Pero también es cierto que, aunque se impulsen los mitos y los emblemas nacionales, algunos muy tardíamente, como la bandera y el himno nacional, no se da, como en el caso italiano, una imposición de una lengua única, más allá de la que conlleva su uso por parte de las élites políticas, ni tampoco se desarrollan unas estructuras políticas y jurídicas uniformes.

Tal vez por eso se explica el que nadie se haya creído nunca de veras que exista ese pretendido carácter nacional español, que no sólo se habría manifestado con toda su fuerza en las guerras napoleónicas, sino también en el momento de resistencias insensatas frente al extranjero, al estilo de Numancia o Sagunto, cuando España todavía no era ni siquiera un sueño. Se trataría más bien, de estériles heroicidades que, como también recuerda Álvarez Junco refiriéndose a la guerra de Cuba, contrastan con el entusiasmo de la población que, lejos de dedicarlo a apoyar, o al menos, a admirar en la distancia al pobre almirante Cervera, se entregaba con toda su alma a disfrutar de la larga temporada taurina de 1898.

                 

Ignacio Vázquez Moliní

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