miércoles, octubre 2, 2024
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La soledad del café digital

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Los 140 caracteres del diablo vestido de Dior han evaporado el aroma dulce y viejo de las tertulias de antaño, dando paso al cortado digital de medio segundo – venga ya, que tengo prisa – con exabruptos matutinos del recién levantado. Las conversaciones de abrigo colgado y espejos delatantes en las cafeterías de barrio huelen a podrido en el blanco y negro de los diarios de entonces. Ahora, la soledad del café con el móvil pegado al dedo provoca el envenenamiento de ciudadanos con estómagos repletos de palabras acumuladas en el filtro del reloj, enemigo mortal del Estado del Bienestar.

En el universo de las redes sociales, en el mundo obsceno de Internet, cabe todo y caben todos. Pero rápido, muy rápido. Nadie es malo en el escenario virtual, porque allí somos lo que queremos, lo que imaginamos: excelentes familiares, grandes amigos y bellísimas personas. Las conversaciones analógicas han desaparecido porque sí y la opinión de mesa y barra es un género extinguido. Los emoticonos han sustituido al gesto, a la sonrisa, al llanto, en un mundo alternativo que interconecta sentimientos imaginarios.

Aquel Café Gijón de Umbral y Larra, por citar alguno de muchos, repartía palabras tranquilas envueltas en sobres blancos de azúcar blanca, disimuladas en el formidable comercio de la actualidad servida caliente para el debate. Pero ahora, en el siglo XXI, lo importante es colocar la palabra digital antes que el vecino; cuanto más rápido, mejor. Porque en las pantallas de Facebook o Twitter, Instagram o Pinterest, no hay límite. Hay imágenes relumbronas de figuras y figurines que lo dan todo para parecer nada. Y los más jóvenes, nuestros hijos, se quieren y se aman por Internet, casi sin mirarse a la cara. Lo cuentan todo con su propio diccionario repleto de palabras degolladas y heridas de muerte, con profundidad y tono, con mensajes letales, breves y fulminantes.

Un café sin parlamento es aburrido, un insulto, una acción de mala educación. Un pecadillo venial para la autoestima. Recuerdo aquella viñeta del maestro Forges en la que un Mariano meditabundo y apoyado en la barra de un bar le decía cabizbajo a una taza: “tú también estas solo café mío”. Las conversaciones de tertulia improvisada, cada vez más ausentes por desgracia, enriquecen el alma y el vocabulario, porque el que no calla, otorga y enseña al que escucha. Son, en definitiva, los diálogos maravillosos sin intención que solucionan con gracia los problemas más terribles que amenazan el día a día.

En la actualidad, la sociedad está sometida a la presión de la inmediatez y a la tecnología del cuanto antes. Las relaciones personales no respiran y las profesionales no tienen tiempo que perder. El dispositivo móvil se ha convertido en una herramienta maldita que no para de comprimir mensajes y sentimientos que precisan de más tiempo para convencer. El cajón de las palabras se está llenando hasta reventar y las frases se pelean por salir del anonimato. Y, a veces, explotan.

Fernando Arnaiz

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