Las imágenes literarias de una ciudad tan irrepetible como fue el Tánger internacional, son muy numerosas. Por citar sólo algunas de las más conocidas, cada una con su particular visión, y por tanto muy diferentes entre sí, podríamos mencionar las de Paul Bowles, Mohammed Choukri o Ángel Vázquez. Algo anteriores, y bastante menos conocidas, son las que nos legaron Giménez Caballero, Díaz Fernández y Sender, que nos muestran un Tánger pacífico, sofisticado, cuando no algo estrafalario, frente a la violencia extrema de las guerras marroquíes.
Todas estas visiones, sin embargo, comparten una esencia común al reflejar una sociedad cosmopolita, abigarrada, mezcla de lo mejor y lo peor de esa sociedad variopinta que, al amparo de su estatuto internacional, se dio cita en Tánger produciendo, de alguna manera, un cóctel irrepetible entre Oriente y Occidente.
Precisamente, a finales del siglo XX, el arabista Alberto Gómez Font descubrió y describió desde esa nueva perspectiva del cóctel, en el que con mano maestra se mezclan los ingredientes más inesperados para crear un sabor nuevo e irrepetible, la esencia de Tánger, en un libro que tituló Cócteles tangerinos, publicado en forma de carta de bar sofisticado.
Se trata de una sucesión de breves y acertadísimas narraciones independientes que, siguiendo el hilo conductor de las aventuras de unos personajes representativos de ese cosmopolitismo propio de Tánger, ofrecen una visión singular de lo que fue y de lo que, en ciertos rincones ocultos para el profano, todavía sigue siendo la hermosa ciudad del norte de Marruecos.
El personaje principal de estos cuentos es un joven inquieto, quizás algo cínico, que disfruta de la plenitud de la vida en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Viste traje de lino blanco y luce zapatos de dos colores, y se pasea por Tánger y sus alrededores a lomos de una potente Harley Davidson. Su nombre, Isaac Toledano, delata su antigua estirpe judía. Hastiado de un negocio familiar carente de interés para alguien que ha recibido una educación cosmopolita, se consagra a su verdadera afición que no es otra sino ser barman del Hotel el-Minzah.
Se trata, por tanto, de un alter ego de Gómez Font, que algunos lectores tal vez recuerden todavía de alguna noche algo descarriada, con sus grandes bigotes de puntas a la turca, luciendo chaquetilla blanca de botones dorados, mientras manejaba con habilidad circense las cocteleras de plata de aquel bar del Madrid más profundo de los años ochenta que fue el Mala Fama.
Desde esa atalaya privilegiada que es la barra de un bar, Isaac Toledano no sólo descubre personajes, ambientes y paisajes irrepetibles sino que, además, nos regala en cada capítulo la fórmula de un nuevo cóctel con el que solazarnos. Cócteles pensados para facilitar el amor, como el famoso Antifaz, o para celebrar el encuentro de viejos amigos, como el Egarense, o ese otro algo melancólico que es el Ponche de la Tripulación, homenaje a aquellos felices años del Mala Fama.
Los Cócteles Tangerinos son, por tanto, una lectura agradable y necesaria para disfrutar de Tánger todavía más. Además, no sería de extrañar que, más pronto que tarde, Gómez Font vuelva a deleitarnos, en una nueva publicación, con otros cuentos tangerinos que completen las aventuras de Isaac Toledano.
Ignacio Vázquez Moliní