Un nuevo lenguaje recorre el mundo. Todas las viejas jergas infames, incluida la suya y la mía, se han unido para acosar a Trump y todas las nuevas políticas. O eso dicen los populistas, expertos en buscar enemigos.
Si Usted cree que Trump comunica como un “gritón de taberna”, probablemente tiene razón. Pero ni es el único ni debemos dejarlo ahí.
Siempre atento al servicio público, este columnista viene a descifrar la técnica populista del lenguaje de Trump, para que engañarse, muy compartida. No digan luego que no tuvieron advertencia.
Cuídense, de entrada, de la “luz de gas”. Esta es una maniobra clave en la metodología populista. El objetivo es presentar información falsa o medias verdades, para hacernos dudar de nuestra propia memoria. Puede tratarse de declarar que la Unión Europea se “planeó para destruir el comercio” o de una versión de la transición protagonizada por una “izquierda domesticada”. No es ignorancia histórica, es un truco.
La mentira tiene que ser intimidatoria, contener una amenaza que sea entendida no tanto por quien la recibe sino por quienes osen emprender caminos similares. Se puede calificar como un “noticias falsas» a quien interroga o desacreditar a una periodista por su abrigo de piel. Puede sugerirse que las redes, poseedoras de la verdad ciudadana, freirán con un “así no” o un “no way” a cualquier opositor.
Porque no nos engañemos, en el manual populista, la brutal intimidación se acompaña de la desacreditación. El truco es simple: destruir la credibilidad de cualquier persona o cualquier cosa que no se ajuste a las propuestas fetén. Se pone en duda las elecciones legítimas, la información estadística, las reglas en las que la democracia se sostiene.
La sobreactuación y el espectáculo son el contenedor más conveniente para la mentira, la llamada posverdad, y la intimidación. Ya se sabe que quien pone el escenario es el dueño del espectáculo. Los líderes populistas, al igual que Trump, siempre se rodean de amiguetes que apoyen sus afirmaciones, aunque los amiguetes digan cosa distinta y nunca se pueda acceder a las bases de su argumentación.
En la última conferencia de prensa de Trump, una pila de carpetas representaban “documentos» en los que había firmado el control de su compañía con sus hijos. Sus ayudantes, sin embargo, se negaron a permitir que nadie viera los documentos. Del mismo modo, las modernas presencias corales de colegas al lado del líder avalan planes de los que, luego, se desdicen. Pero la imagen será la foto coral como sustitución del argumentario.
Pero si vacío es el espectáculo, más lo son las palabras a usar. Adjetivos, muchos adjetivos, y pocos sustantivos; adjetivos inflados, gramática confusa y cláusulas de digresión. Las palabras populistas no deben decir nada sino que deben interpretarse, así podrá decirse lo contrario si es necesario.
Los portavoces populistas, con Trump como modelo más relevante, desprecian la producción de noticias y adoran el ruido, platós televisivos, las redes o blogs. Las redacciones carecen de personal y recursos para investigar y documentar los argumentarios que nunca se sostienen en cifras oficiales y, también, de fuerza para influir . Un diputado español puede hablar de “millones” de emigrantes sin que casi nadie lo contradiga con cifras.
No se trata de un grito tabernario, insisto, sino de una técnica cuya eficacia depende de coincidir, básicamente, con creencias o prejuicios existentes, fundamentalmente de clase media. No importa que se sostengan en la verdad.
Soberbios y gritones, si. Pero, también, maestros de manipulación y el doble lenguaje con un triple objetivo: dominar los medios de comunicación, ganar debates políticos e intimidar al enemigo, o sea a casi todo el mundo.
Juan B. Berga