miércoles, noviembre 27, 2024
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¿Quién dijo miedo?

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Más de uno se acordará de la mujer que allá por los 90 trataba de convencernos de que compráramos el perfume “Jacq's” bajándose la cremallera y enseñándonos el escote, mientras algunos padres tapaban los ojos a sus hijos y miraban de reojo a la televisión. Los sentimientos de amor o de atracción sexual son dos de los instintos humanos más primarios con los que los expertos publicistas suelen tratar de convencernos para que nuestra decisión de compra se decante por su producto, y no por el de la competencia.

Por encima de estos dos sentimientos, los teóricos del marketing explican que el miedo, algo inherente al ser humano, es un arma aún más poderosa. Se compra por miedo: a no parecer ya joven, a no aparentar una silueta más delgada o a sufrir una enfermedad intestinal si no se toma la cantidad de bifidus adecuados. Es más, son muchos los que se encierran en una sala de cine a “pasar miedo” con una película de terror, aún a sabiendas del mal rato que les espera. Es la necesidad de gritar, de apiadarse ante el drama y redención ajenos y de ahuyentar sus propios fantasmas, los factores que les conducen a esta experiencia.

El apocalipsis ha dejado de ser una mera referencia bíblica para convertirse en una realidad que se asoma a nosotros cada día y llena las páginas de los periódicos para lograr más “clicks” y audiencia.

Esta misma semana hemos padecido dos presuntos apocalipsis. Primero el de la ola de frío, que dejó una bajada de temperaturas notable, pero que lejos estuvo de los alarmantes titulares que algunos medios nos anticiparon, casi augurando que nada más salir de casa nos convertiríamos en una estatua de hielo o acabaríamos encerrados en un Gulag de los que Stalin 'regalaba' en Siberia a sus enemigos políticos. Salvo en el Levante, donde la nieve ha provocado algunos estragos, con una chaqueta más gruesa y una bufandita, el frío se ha combatido. Como por otro lado pasa en cualquier invierno.

Y luego ha llegado el apocalipsis de Trump, cuya investidura ha regalado decenas de artículos acerca de su manifiesta incapacidad para gobernar, su locuacidad aberrante para atacar a cualquier colectivo social o su probada habilidad para devolvernos a una crisis económica de considerables consecuencias a base de medidas que aislarán a Estados Unidos del mundo y que llevarán al resto de países a no poder comerciar con la primera potencia mundial, y a la destrucción de empleo. Ni Trump es un kamikaze capaz de apretar el botón rojo si alguien le trollea más de lo debido en twitter, ni Obama ha logrado promover una seguridad internacional sin armamento nuclear, una promesa que, por cierto, le ayudó a ganar el Nobel de la Paz a pocos meses de ser investido presidente de Estados Unidos allá por el 2009. Al final de su trayectoria, la administración Obama no ha reducido el número de cabezas nucleares guardadas en la reserva, ni ha cambiado sus requisitos para lanzar un ataque nuclear, incluso los siempre tan políticamente correctos llamados “ataques preventivos”.

Lo de alentar el miedo contra el adversario político es una herramienta que la izquierda española ha utilizado con destreza. Cualquiera recordará el famoso anuncio del doberman con el que el PSOE intentó evitar que el PP fuera el partido más votado durante la famosa campaña electoral de 1996. “Hay una España en negativo, de la incertidumbre. Del retroceso. ¡La derecha no cree en este país! ¡Nada les parece bien! Se oponen al progreso. Por eso la derecha no es la solución, es el problema”, profería la voz en off, angulosamente grave, que acompañaba al doberman y a la imagen deformada de Aznar. Era el apocalipsis electoral en versión PSOE.

El tiempo demostró que los sucesivos gobiernos del PP aportaron más Libertad, más progreso, más desarrollo económico, más empleo y más seguridad a todos los españoles, sacando a España de las gravísimas crisis económicas producidas por los gobiernos socialistas y garantizándose el sistema de pensiones y la sanidad pública, que la izquierda dijo en su día que se dilapidarían con el PP. “¡Habrá que ir con tarjeta de crédito al hospital!”, llegó a proferir el diputado socialista Rafael Simancas.

La izquierda radical también se ha apropiado del lenguaje agorero con el que tratan de rascar los votos que la OPA hostil a IU les ha arrebatado. Ya lo dijo Pablo Iglesias: lo positivo es “dar miedo”. En su permanente insistencia en ser un “partido combativo”, el líder del “partido de la gente” -ya se sabe que quien no le vota a él debe ser gentuza-, no ha parado de utilizar el miedo, pero como elemento de división marxista de la sociedad: los de arriba y los de abajo, la casta y los descastados, el férreo control del aparato y las purgas a quien se sale de lo que el líder dicta, politizar el dolor frente a quienes no les vota. Los hijos bastardos de Laclau siembran el pánico para echar en sus brazos a quienes anhelan encontrar el “amor”, aunque sea a golpe de eslogan fácil. De ahí el corazón del último logo electoral de Podemos, copiado por cierto de una de las campañas de Hugo Chávez, el creador de la Venezuela del hambre y los presos políticos.

El hombre más peligroso es aquel que tiene miedo, porque sólo es capaz de escuchar ruido y frente al miedo no existe medicina conocida. Ya lo dijo William Shakespeare: “De lo que tengo miedo es de tu miedo”. Por ello, frente a quienes lo ensalzan como herramienta para dividir a la sociedad, sólo cabe una cosa: saber elegir en calma. ¿Quién dijo miedo?

Borja Gutiérrez

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