Las revistas literarias en nuestra lengua castellana, algunas de calidad extraordinaria que llegaron, tanto en España como en América, incluso a sentar las bases de nuevas tendencias y corrientes vanguardistas, fueron una constante a lo largo de todo el siglo XX. Esas publicaciones despertaron primero el interés hacia audaces formas poéticas y atrevidas narraciones para luego presentar, a veces tímidamente y otras de manera frontal, avanzadas posturas políticas que desafiaban las anquilosadas estructuras sociales y económicas de ambos hemisferios.
Las revistas literarias han sido objeto de sesudos estudios y de numerosas y bien fundamentadas tesis doctorales, como la de la escritora María Tena sobre las de vanguardia, así como de publicaciones más o menos asequibles al gran público, entre las que destacan los voluminosos tomos coordinados por Ramos Ortega.
Entre todas las revistas literarias hay una que ocupa sin lugar a dudas un lugar destacado. Se trata de la revista Sur, fundada en Buenos Aires por Victoria Ocampo en 1931, que representa de alguna manera no sólo el arquetipo de este tipo de publicaciones sino también el espejo en que muchas otras buscaron inspiración, hasta alcanzar, al cabo de lo años, una auténtica aureola mítica.
La revista Sur tuvo una larga y fructífera existencia, aunque también sea cierto que se prolongó algo artificialmente desde finales de los años sesenta hasta principios de los noventa. Sin embargo, en sus primeros treinta años de vida, las páginas de Sur acercaron a los lectores en lengua española, entre otras muchas, las obras y el pensamiento de figuras de la talla de Borges, Guillermo de Torre, Alfonso Reyes, Ortega, Lorca, Gómez de la Serna, Sábato o Neruda.
Sur destaca también por una composición tipográfica inimitable y por un diseño elegantísimo de sus portadas, siempre en un único tono monocromático, en las que una flecha blanca con el correspondiente número de ejemplar en negro, apunta hacia las tres letras mayúsculas del título de la revista. Las portadas resultan tan magníficas que, en alguna ocasión, al contemplarlas con los colores ajados del tiempo, uno ha tenido la ocurrencia de enmarcarlas.
Ese signo distintivo de Sur, la flecha apuntando hacia abajo, se reproduce de nuevo, a la manera de un caligramacde Apollinaire, al presentar el sumario de la revista.
Cuando se abren al azar las páginas de cualquier ejemplar de Sur, además de las excelentes colaboraciones, se descubren cosas extraordinarias como dónde comprarla en Nueva York, ni más ni menos que en plena Quinta Avenida, junto con un anuncio de las medias de seda marca París, «para vestir de etiqueta», y los de otras revistas literarias, como Expresión, de la Editorial Problemas, la Revista de las Indias, de Bogotá, o el Hijo Pródigo, de México, que no deslucen al lado de otros anuncios más prosaicos, como el que promete crocantes tostadas utilizando la tostadora de la Compañía Italo-Argentina de Electricidad, que uno se imagina recién hechas en los desayunos nada pacíficos que a veces reunía a Borges, Bioy y las hermanas Ocampo.
Ignacio Vázquez Moliní