viernes, noviembre 22, 2024
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La red social que ametralla

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Twitter se ha convertido en un cajón de sastre de insultos y amenazas. Es la red por excelencia para la difamación y el ataque directo. Es una jungla inmediata, telegráfica, contundente. Un canal que daña y repara; todo a la vez. Y los ejemplos se suceden: ahí quedan los ataques a la desaparecida Bimba Bosé o a su tío Miguel, tan criticados por Podemos que ahora pide a la fiscalía su intervención. Paradójicamente un concejal sevillano de la formación morada mostraba recientemente en la misma red su profundo “asco” por los jugadores del Betis y los directivos de la Liga de fútbol. Eso sí, con la misma velocidad que el personaje lo publicó, lo borró. Pidió perdón y ya, a otra cosa mariposa. Y hay muchos más casos en la hemeroteca que no voy a citar. 

La impulsividad o las ganas irrefrenables de vomitar en internet no pueden ser la excusa perfecta para el perdón. Los momentos de calentura virtual deben gestionarse con inteligencia ya que, de lo contrario, estaríamos en situación de abofetear on line al vecino, vamos, cuando la ocasión lo permita. O sea, en cualquier momento. Que aquel que la hace, la pague. Pero, ¿qué se considera delito? La ley da respuesta a los insultos, conductas delictivas o a la apología del terrorismo en las redes sociales, aplicando el Código Penal, en algunos casos, o imponiendo multas económicas, en otros. Depende siempre del mensaje y del contenido.

«En twitter se ha pasado de la conversación y el debate reglado al insulto y la grosería amparada en la tan manoseada libertad de expresión»

Pero lo más preocupante no es la consecuencia del hecho, sino aquello que lo provoca. Así las cosas, deberíamos preguntarnos el porqué de los discursos de odio radicalizados en las redes, si más motivos que los de atacar y herir. Y, lo peor de todo, se detectan en casi todos los ámbitos, aunque sobre todo en el político y en el deportivo; los que más audiencia social generan. En twitter se ha pasado, por fortuna en una minoría, de la conversación y el debate reglado al insulto y la grosería amparada en la tan manoseada libertad de expresión. Los mensajes racistas, machistas o el reclutamiento para el ejercicio de la violencia, conforman una parte de la cara oculta de las redes sociales.

Habría que cuestionarse si determinada dialéctica de prescriptores con patente de corso está alentando y agitando el patio para tal o cual fin. Que sí, por supuesto. O si la figura del desenterrador de emociones aparcadas en la memoria histórica está haciendo su agosto. Que también. Y todo ello con la gran asignatura pendiente: la regularización jurídica de la red de redes; los contenidos, los accesos, etc. Un tema muy interesante. Mientras, las Fuerzas de Seguridad del Estado siguen realizando un trabajo excelente y efectivo de localización y detención de aquellos impresentables que confunden el debate con el combate. Veremos. 

Fernando Arnaiz

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