Eran tiempos duros, difíciles. Eran los años ochenta. El paro era enorme, la inflación aumentaba cada día. Barrios enteros se encontraban en la desesperanza. La plaga de la heroína causaba estragos en los jóvenes. Todos los días se daban atracos, robos y sus consecuentes víctimas. Para colmo, la organización terrorista ETA, atentaba un día sí y otro no en la capital de España.
El Estado se encontraba bajo mínimos y unos cuantos Policías, nacionales y municipales, luchaban contra la delincuencia en las duras calles madrileñas. Entre ellos estaba Juanito Alvarado. Menudo, inteligente, con un acendrado gracejo andaluz, no era un portento físico, pero sí un tío con valor e intuición. Éramos una gran familia, hombres y mujeres que amaban su trabajo y servían a los ciudadanos todo lo que podían y sabían, en ocasiones incluso sacrificando la vida familiar.
Nunca se me olvidará la imagen de Juanito sujetando a otro compañero, Jesús Rebollo, herido de muerte por la explosión de un coche bomba en la Plaza del Callao. Intentaba animarle con palabras cariñosas, que no se durmiera, que no se fuera de este mundo. Ese calor humano que propinaba a todo al que se acercaba a él.
Nunca se me olvidará la imagen de Juanito sujetando a otro compañero, Jesús Rebollo, herido de muerte por la explosión de un coche bomba en la Plaza del Callao
Son imágenes que tengo grabadas en la memoria, así como cuando corríamos tras los delincuentes, o teníamos que ejercer de improvisados luchadores cuando se enfrentaban a viva fuerza contra nosotros. Vestigios de una época que ya pasó, afortunadamente.
Juan Alvarado, en imagen recogida por ABC mientras trataba de consolar al policía Jesús Rebollo, herido de muerte por una bomba de ETA.
La camaradería, la amistad, prosiguió siempre, a pesar de que cada cual prosiguió un camino diferente. Él, pasados los años, se convirtió en escolta. Era un profesional de tomo y lomo, y como tal ejercía siempre con acierto, fuese quien fuese la persona a la que debía proteger. Porque los policías dejan sus problemas, sus ideas y cualquier prejuicio que puedan tener, en cuanto toman el servicio y echan al bolsillo la placa que les identifica como tal, o se visten con el uniforme azul que tan dignamente pasean por nuestras calles.
Hoy Juanito se ha ido, cuando aún tenía muchas cosas que hacer, muchos sueños que cumplir y muchos recuerdos que compartir con sus compañeros y amigos.
Era el representante de una generación, de unos hombres y mujeres que dieron lo mejor de sí para que Madrid fuese una ciudad más segura y confortable. Sin medios, con un revolver de seis disparos, sin chalecos antibala, sin otra cosa que la dedicación, el esfuerzo y el sacrificio, marcaron una época, posiblemente una de las más difíciles de España.
Ahora, descansa en paz, Juanito. Un policía ochentero de los de verdad.
José Romero