Ser mujer no es garantía de nada: ni de bondad ni de inteligencia ni de afabilidad; de nada. Está antropológicamente demostrado que conductas atribuidas tradicionalmente a las mujeres no responden a la biología ni a la genética sino a comportamientos culturales perpetuados y repetidos a lo largo del tiempo. Y lo mismo puede decirse de los roles y estereotipos masculinos.
Así pues, tenemos mujeres con inteligencias, habilidades, emociones, actitudes y aptitudes diferentes; como tenemos hombres. Lo flagrantemente injusto es que sigamos estando limitadas por el mero hecho de ser mujeres. Sí, todavía hoy, avanzando hacia el primer cuarto del siglo XXI.
Las cifras del mercado laboral son concluyentes. Entre 2009 y 2016, el desempleo entre las mujeres se ha incrementado en un 40%, afectando especialmente a las mujeres mayores de 30 años, aunque también es mayor la dificultad de las jóvenes para acceder a su primer empleo respecto a sus colegas varones. Pero es que, además, las mujeres tienen contratos más precarios, de menor duración, mayoritariamente a tiempo parcial y con menores categorías salariales. Las mujeres de la Comunidad de Madrid cobran un 26,26% menos que los hombres, es decir, tendrían que cotizar 78 días más cada año para ganar lo mismo. Esta injusta desigualdad repercute, obviamente, en las prestaciones por desempleo y en las pensiones.
Son todavía muchas las mujeres madrileñas que no tienen pensión propia de jubilación, en muchos casos por haber trabajado en situaciones de economía sumergida, “asistiendo”, por horas… Para aquellas que la cobran, la situación tampoco es halagüeña: la pensión media de las mujeres es casi un 32% más baja que la de los hombres.
La promoción laboral de las mujeres sigue además tremendamente limitada. Fijándonos en los servicios públicos vemos, por ejemplo, que la mayoría de las docentes madrileñas son mujeres pero son hombres los directores de centros, la medicina en los centros de salud la ejercen mujeres pero son hombres quienes dirigen departamentos y unidades, la justicia en primera instancia es “femenina” pero… Y lo mismo observamos en la empresa privada: dependientas y cajeras bajo el mando de encargados, teleoperadoras supervisadas por coordinadores, operarias organizadas por oficiales. Todos tenemos claro que no es una cuestión de capacidad ni de preparación; lo que limita a las mujeres en su carrera profesional, todavía sigue siendo la desigual distribución de las cargas familiares. Las mujeres “cuidadoras” pagamos el pato y, los recortes en coberturas sociales junto a la inestabilidad económica de las madres y padres jóvenes, no han hecho más que volver a limitar las oportunidades profesionales de muchas mujeres.
La sociedad nos asigna el papel de cuidadoras de las personas enfermas, dependientes, nietos, nietas, hijas e hijos. Hasta los más jóvenes representantes de la supuesta nueva política, perpetúan el esterotipo de la mujer cuidadora. Cuando hablamos de ayuda a la conciliación, estamos perpetuando este rol, encasillando a las mujeres en este papel. Es imprescindible y urgente que hablemos y trabajemos hacia la corresponsabilidad.
El acceso a un trabajo, a un salario decente, a los beneficios y coberturas sociales, las posibilidades de promoción profesional hacen a las mujeres independientes, nos permiten tomar decisiones libremente. El empleo con derechos es una de las más eficaces armas contra la violencia y el maltrato. Tras la decisión de continuar con una relación insatisfactoria, con indicios de maltrato, está en muchos casos la dependencia económica.
Celebramos esta semana el 8 de Marzo, día de la Mujer. No es una fiesta. En medio de la mayor oleada de crímenes machistas de los últimos años, más que nunca el 8 de Marzo es un día para la reivindicación. No pedimos medidas, exigimos derechos. El primero, el derecho a la vida, a una vida independiente, con libertad de elección, con igualdad de oportunidades. Necesitamos protección para las niñas, formación y cualificación para las jóvenes, trabajo decente para las adultas y prestaciones dignas para las mayores. Exigimos un pacto de estado contra la violencia machista que ponga el foco en la lucha contra la desigualdad y en garantizar el ejercicio de nuestros derechos, que centre sus esfuerzos en erradicar las injusticias que aún padecemos las mujeres en pleno siglo XXI.
Victoria Moreno