sábado, septiembre 21, 2024
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Leyendas de pasión

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Con la sombra en la cintura ella sueña en la baranda, verde pelo, verdes ojos y la soledad en el alma.

Se conocieron una noche. Él era un hombre maduro, de esos que llevan mucha vida a sus espaldas y la cartera vacía por las circunstancias. Ella agotaba los últimos estertores de la juventud, perdida en un mar de relaciones difíciles e imposibles.

A ella le gustaban la mirada triste del hombre, sus fuertes manos y la certeza de que nunca se enamoraría. Pero era lo prohibido, porque estaba casado y aquello proporcionaba un punto de emoción a lo que hacían. El disfrutaba de su cuerpo-te sienta el pelo recogido tan bien-, de la alegría que rezumaba por cada poro de su piel. Y sobre todo de que nunca le causaría problemas, porque no era más que una aventura de sonámbulos empedernidos, impávidos ante la vida, viviendo el momento presente sin otras pretensiones.

Así pasaron los meses y al otoño le sucedió el invierno y a este la primavera. Y cuando podían se buscaban en las sombras de la ciudad, para perderse en una jungla de sábanas alteradas de una habitación de hotel.

Y un día de primavera ella conoció a otro hombre sin ataduras y decidió probar a ser mujer de nuevo. Y se marchó con él, buscando el futuro incierto de otras manos que la arropasen.

Él se dio cuenta de que la echaba de menos, la buscó en los mismos sitios, en las mismas noches de siempre, pero no estaba. Y entonces sintió el terrible mordisco de los celos en las entrañas y lloró como un adolescente, al tiempo que la rabia por la ausencia prendía en su corazón. La imaginó con el otro, abrazándole, besándole, ocupando la misma cama que el  mismo anteriormente. Y decidió que la vida no tenía sentido sin ella, aunque no pudiese darle más que ratos perdidos y noches de pasión.

Y ella, sabiendo que no había parches para su corazón roto, dudó y lloró ante el naufragio de su vida. Permaneció en silencio, en las altas barandas, pelo verde, ojos verdes y con la soledad atrapándole el ser, porque sabía que había perdido al hombre que la quiso sin pedirle nada a cambio y del que estaba verdaderamente enamorada.

Porque la pasión es un regalo de los dioses, aquel que vive apasionadamente, que ama o llora apasionadamente; sea cual sea su edad, está tocado por el hálito divino. Porque todo lo que hace es un torrente de energía vital que conlleva lo mejor y lo peor del ser humano, hasta convertirse en leyenda.

José Romero

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