Ha dicho Zapatero que en Cataluña menosprecian a la dirigente por andaluza y por mujer. O sea que si no apoyamos a Susana es que somos machistas y racistas. Esta es una tontería más de este señor.
Lo que sucede es que Susana Díaz representa para muchas personas de izquierda el clientelismo y la inercia gastadora de la Junta de Andalucía. Personifica el 'sistema andaluz', un modelo erróneo de socialismo, de intervencionismo público agobiante y burocrático que lleva cuarenta años instalado en la región y que no es ni Estado de bienestar ni renta básica ni nada, sino una especie de nuevo caciquismo.
Cierto que Andalucía ha mejorado en los últimos cuarenta años, lo que era fácil dado el abandono en que estaba. A peor no podía ir. Pero el precio ha sido bastante alto. La Junta ha ejercido el ordeno y mando, sin casi participación efectiva -formal, para cubrir el expediente – de los ciudadanos que no tuvieran carnet del PSOE, con un sectarismo hacia los otros partidos que no tiene parangón, con una administración trufada de correligionarios, en el más puro sentido de la palabra 'religión'. No es un sistema político sano, sino un sistema de camarillas como el que denunciaba Antonio Gramsci en su Cerdeña natal a principios del siglo XX.
Y ha durado porque el PP allí provoca todavía más aprensión y aversión, pues en esa región y en sus pueblos sí está enquistado el tardofranquismo profundo y una concepción anticuada y reaccionaria de la sociedad. El PP andaluz no es homologable con la derecha europea. Sería salir de Málaga para caer en Malagón.
Sería bueno que en el partido socialista -que a este paso va derecho a se acabar y consumir-, el debate tuviera un poco más de altura y no esas frases tontas sobre mujeres y andaluces. El PSOE era uno de los partidos que vertebraban la izquierda española, desde Bilbao a Barcelona, de Tenerife a Sevilla. Hoy ya no y esto es muy grave también para el país. Este partido está a punto de caer en la irrelevancia, y el vacío será ocupado por esos fragmentos de izquierda que juegan al nacionalismo.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye