Me encuentro dando mi paseo matinal por el centro de Madrid, aprovechando que el clima es bueno y la temperatura agradable. En la misma Puerta del Sol y tras echarme al coleto un par de cafés con leche tibia por favor; paseo contemplando el magnífico espectáculo de la ciudad cosmopolita, sin fronteras, donde tienen cabida gentes de toda raza y condición.
Hordas de guiris recorren las losetas-andando los más, en todo tipo de vehículos extraños, algunos-, bajo el calor mañanero ante la atenta mirada de unos policías que vigilan la zona, no vaya a ser que algún maleante tire del bolso a una japonesa pequeñita y les joda la mañana teniendo que revolcarse con él para detenerle.
Contemplo como un hombre y una mujer, altos de estatura, más rojos que una gamba, armados con botellita de agua y un amenazador mapa de la ciudad, pintarrajeado con marca indicadoras de la ubicación del Palacio Real, la Cibeles o el Museo del prado, se acercan a los policías y le cuestionan sobre un punto del susodicho mapa. Al principio, los agentes no entienden nada de lo que le preguntan, porque deben hablar un inglés de Manchester o de Gibraltar-que sería peor-, e intentan comunicarse por señas.
Los turistas no hacen ni el mínimo esfuerzo por hablar un poco de español y el más joven de los policías, recordando las clases de inglés del instituto, les dirige más o menos al lugar por el que preguntan. Cuando se retiran, escucho como este se dirige al compañero veterano y le dice:
-¡Joder con los ingleses! Te hablan como si todo el mundo tuviese la obligación de hablar su idioma. Cuando yo he ido de vacaciones me esfuerzo por hacerme entender en el idioma local.
El veterano asiente con una sonrisa y con cierta sorna, replica:
-¡Coño! Que hablen ellos español ¿Por qué todo el mundo tiene que saber inglés?
Y tiene razón. Los hijos de la Pérfida Albión han conseguido una cosa extraña: si no eres capaz de hablar el idioma de Shakespeare, eres un inculto o un paleto. Un analfabeto en potencia. No basta con que el español lo utilicen quinientos millones de almas y haya dado las páginas más hermosas de la literatura universal.
Al parecer no es suficiente. Claro que cuando en nuestro mismo país se dinamita su uso, en un intento suicida de acabar con él, nos lo tenemos merecido. Nos colonizan con las hamburguesas, el inglés, los vaqueros y Papa Noel, que ya nos vale. Así que yo estoy de acuerdo con el madero, que es un tipo sabio: ¿Por qué todo el mundo tiene que saber inglés?
¡Coño! Que hablen ellos español, que ya está bien de renegar de lo nuestro.
José Romero