miércoles, septiembre 25, 2024
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Via Condotti en paños menores

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A pesar de los pesares, la imagen que todos tenemos de Roma conserva esa mezcla irrepetible que combina un halo nostálgico de glamour algo decadente, un poco al estilo de la Dolce Vita, en un imaginario colectivo de enormes descapotables americanos subiendo alegremente Via Veneto hacia los jardines de Villa Borghese, con omnipresentes connotaciones de esa Historia que nos une a la mayoría de los europeos, vestigios de la Roma imperial, la de los Papas y la de aquella que todavía debería servirnos de ejemplo que es la de la mítica unificación italiana, junto con algunas dosis adicionales compuesta por los recuerdos personales de cada uno de nosotros, acumulados viaje tras viaje desde los tiempos del colegio hasta los de casi ahora mismo.

Es cierto que Roma conserva, a pesar de los pesares y de las hordas de turistas y peregrinos, esos sutiles y elegantes pequeños placeres como son el disfrutar de un negroni, servido como Dios manda por un camarero de levita en una de las mesas casi ocultas al fondo del café Greco, de un plato de fetuccini en Alfredo, de unas alcachofas en Ninno o, simplemente, de un paseo tranquilo a orillas del Tíber.

Pero al mismo tiempo, todos tenemos también la imagen de otra Roma menos amable, la de los atascos inverosímiles, la de la escasa o nula capacidad de sus responsables políticos para resolver los problemas cotidianos, desde la recogida eficaz de residuos hasta la disminución de la contaminación, y la de los mendigos abandonados a su suerte sin otro sustento que las basuras y la escasa caridad de los pasantes.

También es la Roma de la permisividad hotelera en la que, so pretexto de favorecer todavía más la llegada de turistas, las normas sanitarias y de seguridad se han relajado hasta niveles alarmantes. Tanto es así que encontrar en el centro de Roma un hotel aceptable a precios razonables empieza a ser una tarea ardua.

De hecho, el otro día se prendió fuego un transformador en el edificio trasero del hotel donde estaba alojado el que estas líneas escribe, a dos pasos de la Piazza di Spagna, provocando que unos y otros acabáramos la noche, con el correspondiente susto y los bronquios inflamados, en paños menores por Via Condotti.

Estos hechos, que lamentablemente pueden ocurrir en cualquier parte, resultan dramáticos cuando además el hotel no dispone de alarma de incendios ni de extintores y, para colmo de males, el camión de bomberos llega atrasado y con la cuba de agua vacía. Esperemos que además de confiar en la cercanía física del Vaticano para interceder en los cielos, pronto se tomen las medidas oportunas para reducir estas situaciones de peligro.

 

 

Ignacio Vázquez Moliní

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