viernes, septiembre 20, 2024
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El abuelo Florenci

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No parece que fuese muy desencaminado el que afirmaba aquello de que de casta le viene al galgo. En efecto, si los canes heredan lo de ser fiel a su amo, delgado hasta asomar el costillar, corredor sin pausa y avezado cazador, lo mismo ocurre con los humanos que, entre otras muchas cualidades, que no siendo tan bellas como las de los galgos, les caracterizan más a menudo de lo que se piensa, repitiendo una y otra vez ciertas conductas censurables que ya afeaban la reputación de generaciones anteriores.

También es cierto que, aunque nadie sea responsable de las fechorías cometidas por sus padres o abuelos, sí parece existir un doble reproche moral cuando las segundas o terceras generaciones reproducen los desaguisados de sus mayores. Tal parece ser el caso, según lo que publica la prensa, de esa familia extraña que durante lustros tuvo en sus manos el destino político de Cataluña.

Releyendo a Josep Pla uno descubre que, ya en las geniales páginas de Un señor de Barcelona, redactadas a principios del siglo XX, se alude con pelos y señales a un cierto usurero de apellido Pujol, más conocido entre su numerosa y desvalida clientela, como Pujolet. Este sujeto hacía su agosto entre los muchos necesitados de efectivo que sobrevivían en aquella agitada sociedad recién industrializada del cambio de siglo, prestando dinero a intereses disparatados.

También descubre uno en esas mismas páginas, no sin cierto asombro, aunque también sea cierto que nadie está obligado a ser coherente de por vida con sus propias creencias, que en la decrépita redacción de un periodicucho de las Ramblas, malvivía redactando libelos un sujeto llamado Luis Companys, al que Josep Pla califica sin dudarlo, como furibundo anticatalanista.

En aquellos años, se despreciaba profundamente a Pujolet, mucho antes de que sus descendientes saquearan sin escrúpulo alguno, so pretexto de sentar las bases de una futura nación independizada de la tiránica España, las arcas colectivas de todo un pueblo, incluso haciéndose pasar por la Madre Superiora de un convento.

Fueron muchos los que se asombraron al descubrir las maniobras, algo torpes y que a la postre no dieron resultado alguno, llevadas a cabo por el abuelo Florenci para limpiar, al menos mínimamente, su maltrecha reputación. Pujolet, quien seguramente creía con toda su alma aquello de que el dinero no huele, imitaba ese mismo afán algo pueril, con el que los grandes industriales y financieros catalanes, como Guell o Robert, compraban títulos nobiliarios mediante la intercesión interesada ante Alfonso XIII del bendito de Canalejas o del pillo de Romanones. Uno piensa que es una lástima que la avaricia de Florenci no le permitiese aflojar un poco su repleta bolsa, para así haber conseguido mediante los sobornos oportunos, por lo menos un título de barón o de vizconde con el que sus descendientes hubieran enlucido su maltrecho apellido.

Ignacio Vázquez Moliní

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