Hace unos días leí una curiosa noticia en la que se informaba, primero, del descubrimiento fortuito de una nueva tonalidad del color azul y, luego, del concurso de ideas que su descubridor había puesto en marcha para darle un nombre adecuado a ese extraordinario azul surgido del azar de los productos químicos mezclados en las probetas y redomas de un laboratorio académico.
No es ni mucho menos baladí que sea, precisamente, el color azul, y no cualquier otro del espectro lumínico, el que haya desvelado esa desconocida tonalidad. Tradicionalmente, hasta la llegada de la revolución industrial, la obtención del color azul siempre fue muy problemática, cara y, para colmo, tan volátil que no garantizaba, ni mucho menos, la permanencia al cabo de poco tiempo de ese color en las prendas así teñidas. Quizás por eso lucir el color azul se asociaba desde antiguo con cierto poder mágico de quien así presentaba sus vestidos o estandartes. De ahí tal vez la explicación del porqué el manto de la Virgen sea azul y también de esa otra tonalidad, popularizada desde la época de Murillo, que es el azul Purísima.
En la antigüedad clásica, el azul fue tan escaso que hay quien defiende que los griegos incluso desconocían ese color como tal. De hecho, en los textos clásicos el mar nunca es azul, sino obscuro, cuando no directamente negro. Los ojos de las hermosas caucasianas, eran gris profundo, como el fulgor apagado de las armas justo antes del combate.
El color azul siempre lleva aparejado un adjetivo que lo delimita, de tal manera que podamos saber qué tonalidad estamos describiendo. El mar Mediterráneo quizás sea azul turquesa mientras que el océano Atlántico refleja la luz con la misma profundidad que el zafiro. El azul puede ser exquisito, como el del lapislázuli, o casi tímido, como el turquesa.
La palabra azul, de extraña y todavía muy discutida etimología, podría recordar un atributo propio de la realeza, según indicaría su ya difuminada raíz sánscrita. Conlleva asociado, además, un cierto aviso de peligro, debido a los componentes tóxicos que desde antiguo se han utilizado para su obtención, al igual que la piel de algunos reptiles que, como advertencia a los depredadores, exhiben tintes azulados, tan letales como el azul de Prusia.
Hay también quien parece haberse adueñado de un determinado tono del color azul, como hizo Klein al producir muchas de sus obras recurriendo a ese color tan especial que hoy en día ya casi es conocido por su propio nombre.
Se ha propuesto que el nuevo azul recién descubierto sea bautizado como azul Europa. Quién sabe si esa nueva tonalidad no ayudaría, en estos momentos tan complicados por los que atraviesa el proyecto de integración europea, a superar las tensiones que, de uno y otro lado, amenazan con dar al traste el esfuerzo colectivo de todo un continente por superar sus enfrentamientos ancestrales.
Ignacio Vázquez Moliní