Por motivos ajenos a mi voluntad-bastante ajenos por cierto-, he tenido que cambiar de domicilio. Tras tantear el mercado de alquiler, y después de visitar los cuchitriles más propensos para que habiten en ellos una pareja de pingüinos, que no de humanos; encuentro uno bastante majo en el barrio de Usera.
Después de hacer la mudanza-una de las peores experiencias de la vida-, doy un paseo para conocer mi nuevo barrio. Es necesario saber dónde está ubicado el mercado, las tiendas, el estanco, el gimnasio, y así poder moverte por el con soltura. El asunto es que tiendas de chinos hay millones, restaurantes chinos a manojos, restaurantes sudamericanos otros tantos e incluso encuentro algún bar regentado por españoles, lo cual es casi un milagro.
Pero lo que llama mi atención sobre todo, es que veo paseando a chinos, con niños, sudamericanos, con niños y españoles, con perro-que conste que no tengo nada contra los perros, no se me arremolinen-. Si, ya sé que los niños son un coñazo-me lo vais a decir a mí que tengo cinco-, que no te permiten salir con tu mujer, marido, pareja o lo que sea; a cenar y luego a tomar unas copas a una disco. Lógicamente ya no podremos ser veganos, ovolactovegetarianos o cosas así, porque los niños humanos llevan miles de años comiendo de todo. También es cierto que al tener vástagos, no podrás rivalizar con los compañeros de curro a ver quién se va de vacaciones al destino más exótico: Madagascar, Surinam, o porque no, el reino perdido de Bután.
Que son caros, que es una responsabilidad para toda la vida-lo que supone tener una responsabilidad, al menos una, para nuestros jóvenes-, y que las ayudas del Estado son ridículas, es cierto. Pero no menos que todos estos problemas son también inherentes a los sudamericanos, a los chinos, a los de Europa de Este que viven aquí, y no parecen tenerlo en cuenta.
Si seguimos así, seremos un país de ancianos-si no lo somos ya-, que nos preocuparemos tan solo de que los de fuera no nos coman la tostada. No sé si tengo razón o no. Lo que tengo muy claro es que los perros no nos van a pagar las pensiones.
José Romero