jueves, noviembre 14, 2024
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Pablo Iglesias en la encrucijada. El líder de la formación morada se diluye poco a poco. No encuentra aliados para acabar con su letal enemigo: Mariano Rajoy, impertérrito, impasible al ademán. Después de 17 horas de debate para morir en el intento, la cabeza visible de Podemos se ha situado esta semana en lo más bajo del podio parlamentario, con un argumento vacío, reiterativo hasta la saciedad y agotador, basado en un ataque feroz contra el PP y en una imagen de presidenciable centrada en la utopía innecesaria. Ahora, vuelve a la carga y anuncia jornadas estivales de trabajo arduo para presentar en la próxima temporada política un nuevo paripé navideño para desbancar del gobierno al presidente flemático y gallego. 

Convencido de la renovación en el seno del PSOE, Iglesias se empeña en cautivar de nuevo a un Pedro Sánchez que, en este momento, sólo tiene tiempo para consolidar una formación desmembrada que ha de convertirse en la alternativa a la derecha española. Pero Pablo quiere a mucho Pedro para construir una mayoría absoluta que acabe con Rajoy. Erre que erre. Y por eso ya no habla de la corrupción de los socialistas, que trae cola, sobre todo en Andalucía, ni utiliza expresiones de cal viva, ni esas cosas tan feas y horribles. Ahora transmite un mensaje edulcorado, casi estomagante, de ayuda perpetua y útil. 

Pero Iglesias, que cuenta únicamente con el apoyo más que interesado de ERC y Bildu, tiene un problema de difícil solución. Su narcisismo galopante le lleva a pensar que España es un país desordenado, catastrófico y calamitoso, en caída libre, que necesita de él, de sus políticas moradas, casi negras, cuando la realidad demuestra todo lo contrario. Nadie en el parlamento quiere al líder de Podemos como presidente del Gobierno porque Iglesias en sí mismo es un puro espectáculo; una pantomima perenne que solo busca la agitación y el desequilibrio, como lo buscaron los Kirchner, Chávez, Maduro, Ortega y los Castro. Y España no es un país de verbena, ni de propaganda personalista. Aquí, en este país, nos jugamos mucho. 

Así las cosas, Podemos debe hacer balance objetivo de lo que ha recibido durante esta semana maldita en el parlamento. Una escenificación para el olvido, “una pérdida de tiempo para todos los españoles”, tal y como subrayó el diputado por Navarra, Iñigo Alli. 

La moción de censura que presentó Felipe González contra Adolfo Suarez, en 1980, le sirvió para configurarse como la alternativa a la presidencia que, dos años más tarde, ocupó. Hernández Mancha tocó fondo con Alianza Popular devorado por el entonces vicepresidente, Alfonso Guerra. Y ahora, Pablo Iglesias ha emocionado a los suyos, solo a los suyos, que le aplauden emocionados como si no hubiera un mañana. 

Dudo que Mariano Rajoy pase a la historia como el presidente de la corrupción, pero estoy seguro que Iglesias e Irene Montero pasarán a la historia como la pareja que utilizó el parlamento para poner en escena el club de la comedia; un espectáculo del que sale más fortalecido Pedro Sánchez, objeto de las rogativas de un Podemos reventado.  

Fernando Arnaiz

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