martes, septiembre 24, 2024
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El nacionalismo es la guerra

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Poco antes de fallecer, en su último discurso desde la tribuna del Parlamento Europeo, François Mittterrand afirmaba con vehemencia que el nacionalismo es la guerra. A la vista de cómo desde entonces ha ido evolucionando esta triste Europa, no está uno muy seguro si aquellas palabras cayeron en saco roto o si, por el contrario, germinaron en algunas mentes no del todo adormecidas, poniéndonos a todos en guardia ante el peligro que subyace tras lo que pretenden unos y otros, ya sea en las otrora civilizadas tierras del centro del continente o en sus periferias mediterráneas y atlánticas.

Parece que existiera un interés por hacernos confundir dos nociones como son el Estado y la Nación que, al menos desde las dos guerras mundiales, y mucho más desde los últimos conflictos balcánicos, todos y cada uno de los europeos deberíamos tener meridianamente claras.

No parece sin embargo que tal sea el caso, a la vista del actual debate político que se está desarrollando en España, con la imposición unilateral de una visión partidista en algunas regiones, ni tampoco con unas propuestas reactivas que el nuevo responsable político del principal partido de la oposición saca de la chistera. El debate, a veces latente y en otras ocasiones agobiante, pero siempre tenso que se produce en otros países europeos tampoco clarifica el alcance de esos conceptos.

Quizás sería conveniente que los que confunden nación y Estado, al igual que los que distinguiéndolos perfectamente hacen como si lo ignorasen, recordaran con detenimiento algunas de las páginas más tristes de la Historia que todos, como europeos, compartimos.

También sería muy saludable que, en lugar de embrutecerse con sus propias proclamas hueras, leyesen a don José Ortega y Gasset. Aprenderían así a distinguir conceptos básicos, disfrutando, además, de una prosa extraordinaria como es la que fluye en todas sus páginas.

Ya en 1927, se interrogaba el maestro lanzando un desafío actualísimo: “¿quién hablando en serio y rigurosamente, cree saber lo que es una nación?” Añadiendo luego una segunda idea, denunciando esa confusión, todavía mayor, que pretende dar por cierto que el concepto de nación conlleve como esencial atributo jurídico el Estado, es decir, la soberanía separada.

Decía también Ortega, y no deberíamos olvidarlo, que “no es derramando fuera de sí misma la idea de región, centrifugándola hacia conceptos más amplios, cual es el de nación, o radicalmente cual es el de Estado, como se extrae de ella la mayor sustancia, sino al revés, reteniéndose en sus límites y aun recogiéndose hacia dentro de ella.” Lo que nos recuerda el filósofo, en definitiva, es que el Estado y su desarrollo han surgido siempre, no de la división racial, étnica o cultural, sino al contrario, de la agregación de grupos y elementos dispares. Y uno se permite añadir que, de no ser así, sólo nos quedaría ya la advertencia de François Mitterrand.

Ignacio Vázquez Moliní

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