Las guerras se ganan en (el campo de batalla de) la opinión pública, EEUU lo descubrió dramáticamente en Vietnam y hasta nuestros militares lo han estudiado en los documentos estandarizados de la OTAN, donde los norteamericanos dejan escrito lo que creen haber aprendido de los conflictos pasados. Antes del follón indochino la primera frase se cumplió en la guerra de la independencia de Argelia, antes y después en todas las guerras que ha librado Israel y dentro de unas fronteras se puede mencionar hasta Sudáfrica: la fuerza sobre el terreno no garantiza la victoria total, aunque a veces ayude.
Aún falta tiempo para que veamos maniobras de la OTAN con 20.000 periodistas libreta y bolígrafo en mano dando barrigazos por las llanuras de Albacete o con el agua en la barbilla por los lagos letones (como Martin Sheen en Apocalypse Now), pero el camino está trazado, porque si el problema es la comunicación, habrá que invertir en comunicación.
En política el peso de estos asuntos resulta más evidente. En una breve reseña sobre lecturas recomendadas para el verano El País transfería el título de «Narrador en jefe», trasunto del «Comandante en jefe» norteamericano, de Barack Obama al nuevo presidente francés Emmanuel Macron.
En estos tiempos en los que aparecen o se añoran gobiernos fuertes para dirigir soberanías débiles (Martínez-Bascuñán), surgen liderazgos políticos insospechados, y el último ha sido el presidente francés, con un discurso político que suena novedoso, mucho.
Primero lo negativo: Macron era anteayer ministro socialista de Economía de Hollande, ha ganado las presidenciales por incomparecencia de sus rivales, ha ganado las legislativas con un 56% de abstención (más de la mitad del país no le ha apoyado), concede entrevistas amables a una selección de medios y sobre política exterior, pero vetando asuntos internos (qué pensaríamos si lo hiciese el rey Salmán de Arabia Saudí), y el libro citado es la típica pseudo auto-biografía de campaña electoral que acaba de ser publicada en España con prólogo de Albert Ribera (éste dice algo de reformas estructurales, sin concretar mucho, y que el bipartidismo está obsoleto). La marca personal como ideología.
En positivo, Macron ha apostado por Europa en lugar de sumarse al euroescepticismo reinante («Europa no es un supermercado. Europa es un destino común»); y dice apelar a la inteligencia del ciudadano, no a sus miedos. «El liderazgo no se decreta: se construye convenciendo a otros países y a otros actores, y se comprueba en función de los resultados que se obtienen».
Cuenta en el libro: «Pasé mi infancia entre libros, un poco aislado del mundo (…). Las cosas adquirían consistencia cuando eran descritas, y a veces se volvían más reales que la propia realidad. La corriente secreta, íntima, de la literatura pasaba por encima de las apariencias y daba al mundo toda esa profundidad que en la vida corriente apenas se roza».
Con gran estilo cuanta su vida hasta su candidatura a las presidenciales. Ya ganadas, no ha tenido aún tiempo de pasar de la palabra a los hechos, y tiene el gran reto de estar a la altura de las expectativas.
Nunca despreciar la palabra ni tampoco la imagen, donde triunfan el papa Francisco y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, la escena en redes metiendo en cajas de cartón kilos de arroz y botellas de leche, con la camisa remangada, en acción caritativa en Ramadán, equivale a tres discursos como el de Obama en El Cairo en 2009.
Reconozcamos que alguna imagen vale más que mil palabras, aunque también que alguna palabra vale por mil imágenes.
Las palabras hoy circulan por la instantánea y móvil comunicación digital, que tiene la extraña virtud de atontar y aislar a cualquier usuario excepto a quien lanza la máxima derrotista.
Descubrimos que las cloacas del Estado en sus diferentes niveles territoriales andan también obsesionadas con la comunicación, con medios afines o enemigos (Villarejo-Inda-Ayuso), con diarios zombies y tuiteros púnicos (Ignacio González) para limpiar imágenes y colocarse bien en buscadores. El equivalente a la declaración de la renta de Al Capone hoy sería-será lo invertido por los corruptos en redes.
Y una vez más lo complicado está en alcanzar el equilibrio entre el mensaje y la acción.
Prejuzgamos que la buena comunicación tiene contenido detrás, que la palabra de Macron tendrá hechos que la respalden y que acabará en breve con el estado de excepción en el que vive su país desde hace año y medio, aunque parece que se muestra más partidario de camuflarlo.
La buena comunicación política se agradece, sin olvidar que el mejor mensaje necesita una zanja física a la que asomarse, con obreros sudando, polvo y ruido, si puede ser un botijo, vallas de tubo metálicas amarillas y prejubilados vigilando, que somos todos.
Carlos Penedo