miércoles, septiembre 25, 2024
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El ejército de la señorita Pepis

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Ayer por la tarde, en nuestra tertulia semanal en el bar del Grémio Literário, el viejo club lisboeta donde, en sillones de cuero algo roído y cada cual pertrechado con una más que generosa copa de porto vintage, nos reunimos a divagar un grupo de viejos amigos, me preguntaron, al parecer por ser yo quien más vínculos tiene con España, quién pueda ser esa famosa señorita, tal vez salerosa andaluza o quién sabe si pudorosa gallega, a la que el corresponsal del diario El País se ha referido, con excesiva y poco respetuosa condescendencia, al definir las fuerzas armadas portuguesas como “el ejército de la señorita Pepis”.

El corresponsal del diario español relataba el robo de material de guerra que hemos sufrido en uno de  nuestros arsenales, donde los amigos de lo ajeno han aprovechado el hecho de que el circuito cerrado de televisión llevase varios años estropeado, la alambrada del recinto se encontrara caída por falta de mantenimiento y las garitas de vigilancia huérfanas de centinelas, para llevarse unas granadas anticarro y no se sabe muy bien qué más ingenios destructivos.

Sin embargo, uno de los contertulios, magistrado jubilado de nuestro Tribunal Supremo, defendía que vistas las circunstancias, al no haber violencia, fuerza en las cosas ni tan siquiera nocturnidad, más que de robo cabría calificar el asunto de simple hurto.    

Otros amigos creían que la expresión “ejército de la señorita Pepis” insinuaba tal vez la falta de virilidad de nuestras fuerza armadas, caídas desde hace ya bastantes años en una cierta desidia favorecida por esa molicie que provocan los muchos años de paz. A nuestro lusitano ejército le pasaría algo así a lo que tan certeramente describiera Dino Buzzati en su novela “El desierto de los tártaros”, que de tanto esperar ansiosamente ese enemigo que no llegaba nunca, al cabo de los años cayó en una situación de lamentable abandono.

Me tocó por tanto explicar que lo de la señorita Pepis, en realidad, se refiere a cierta colección de juguetes, hoy en día afortunadamente desaparecidos, que existieron hace algunos años en nuestro país vecino. Se dirigían a fomentar las vocaciones de las niñas españolas hacia determinadas profesiones consideradas femeninas, como la de enfermera, secretaria o cocinera, reuniendo en una caja los instrumentos característicos de cada una: una jeringa y unas gasas, un teléfono, lápices y bloc de notas, o unas cacerolas y sartenes.

Aclarada esta cuestión, otro de nuestros contertulios, militar retirado, nos recordó la alarma desatada en otras capitales europeas al saberse la noticia. Sin embargo, también es cierto que en seguida nos tranquilizó, al señalar que si lamentable era el estado de los sistemas de vigilancia, sin duda alguna peor todavía sería el de conservación del material sustraído, de tal manera que, llegado el caso, su empleo ofensivo podría causar más bajas a quienes lo utilizasen que a sus potenciales objetivos. Respiramos todos algo más tranquilos, mientras nuestro solícito camarero reponía el porto vintage, haciendo al mismo tiempo votos porque así fuera.      

  

Redacción

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