El 23 de mayo de 1940, las tropas alemanes, tras haber destrozado el frente aliado en los primeros compases de la invasión de Francia, se acercaban a toda prisa a la retaguardia de la bolsa franco-británica en torno a Dunkerque. Lord Gort, comandante en jefe de la BEF, decidió enviar a algunas de sus divisiones a proteger dicho sector, una de ellas fue la 2.ª de Infantería del general de brigada Noel Irwin, antiguo jefe de la 6.ª Brigada, ascendido el día 16 de mayo tras retirarse su jefe divisionario por problemas de salud. En los días por venir la unidad iba a sufrir terriblemente, hasta el punto de que casi fue destruida en una serie de combates en los que, sin duda, la peor parte se la llevaron los hombres del 2.º Batallón del Royal Norfolk Regiment, cuyo cuartel general quedó establecido, durante la noche del 25 al 26 de mayo, en una localidad con el atractivo nombre de Le Paradis.
El lugar concreto, la granja Duriez, no tardó en ser convertido en posición defensiva: se abrieron aspilleras en las paredes de los edificios y en la tapia que cerraba el patio, y también se abrieron agujeros, con una barra metálica, en el granero, cuyas paredes eran de acero corrugado, tras lo cual estas fueron reforzadas con balas de paja, con la esperanza de que conseguirían detener las balas. El resultado no convirtió la posición en una fortaleza, y sus ocupantes tuvieron claro desde el principio que nunca conseguirían resistir un largo asedio, pero era lo mejor que podían hacer. Por otro lado, los alemanes llevaban varios días bastante tranquilos (los defensores no podían saber que las discrepancias de su alto mando habían provocado la detención de sus fuerzas acorazadas), y los Norfolks llevaban varias horas recibiendo mensajes que decían que los franceses iban a lanzar un contrataque, y que pronto llegarían varios carros de combate para darles apoyo, hasta que a eso de las 4.30 horas del día 27, comenzó el ataque.
Aislados, los hombres del cuartel general del batallón se encontraron con que al menos se mantenían abiertas las comunicaciones, con la brigada y con las compañías desplegadas en el frente, que habían sido rodeadas e irían cayendo una tras una. Incluso pudieron establecer un patrón: primero informaban de que estaban aguantando en sus posiciones, luego la voz se iba haciendo más y más desesperada, casi inaudible sobre la cacofonía de los disparos, hasta que se indicaba que la lucha era ya cuerpo a cuerpo y, finalmente, nada. Cuando todas las compañías hubieron callado, los hombres de la granja supieron que eran los siguientes. No tardaron en llegar los alemanes, desde el norte, el este y el oeste. “Empezamos a disparar al enemigo con furia –relatará uno de los presentes–. Entonces, los que venían por la derecha se detuvieron y corrieron de vuelta al bosque. Por un momento, nos sentimos exultantes, pensamos que el contrataque había tenido éxito y el frente alemán se derrumbaba, pero nuestra alegría se convirtió enseguida en consternación”. El asalto se reanudó de inmediato, esta vez a cargo de una fuerza de motociclistas proveniente del sur, la zona en la que aún no habían sido atacados, que acabó por posicionarse en el que había sido el puesto de primeros auxilios del batallón.
“En un momento dado estoy vigilando los movimientos del enemigo con mis binoculares a través de un agujero en el tejado, luego estoy disparando un rifle y, más tarde, una ametralladora Bren, que se detiene repentinamente […] ahora la situación parece mejorar, y luego empeora. Pongo la documentación del batallón en una saca y la lastro con piedras, listo para tirarla a la laguna de la granja […] se acerca un vehículo que parece un carro de combate ¿dónde está el fusil contracarro? Está allá fuera, tirado en la carretera, tengo que hacerme con él. Un soldado viene detrás de mí, ‘déjeme cogerlo, señor’, no le dejo, pero me emociona su ofrecimiento. El arma tiene un agujero a un lado del cañón, pero aún puede utilizarse. El carro de combate se detiene tras una elevación, aún puedo ver su parte superior. Es un transporte de tropas acorazado”.
A pesar de tanto heroísmo, los defensores comprenden rápidamente que no van a poder escapar, y el sótano de la granja ya está lleno de heridos; más adelante el edificio se incendiará y tendrá que ser evacuado, será entonces cuando los Norfolks, tras haber hecho todo lo posible, empezarán a rendirse. La tragedia estaba a punto de empezar.
Según el informe recopilado en 1947 por la Unidad de Interrogatorios de Crímenes de Guerra, 97 de los prisioneros capturados en la granja Duriez fueron asesinados por sus captores del 1.er Batallón del 2.º Regimiento de la División SS Totenkopf. Tras haber sido golpeados, robados y vejados, fueron escoltados hasta la granja de Louis Creton, más hacia el oeste, donde fueron metidos en un prado y alineados frente a dos ametralladoras, que no tardaron en abrir fuego. Solo se librarían de la muerte dos soldados: Bert Pooley y Bill O’Callaghan.
Desperta Ferro